Por Pascal Beltrán del Río
Hace unos días se armó una polémica por la formación de un grupo de políticos y académicos que se proponían constituir un “contrapeso” al gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Como todo mundo sabe, el Presidente no tiene una oposición numéricamente relevante en el Congreso ni entre la mayoría de los gobernadores, pues incluso muchos de los que no son de su partido ya habían anunciado que colaborarían con él aun antes de que les pidiera algo.
La aparición del movimiento #YoSíQuieroContrapesos resultó poco glamorosa. Algunos de los presuntos miembros del grupo se deslindaron y López Obrador se mofó del ejercicio, llamando a sus promotores “ternuritas”.
Aunque yo no formo ni formaré parte de movimiento político alguno –creo que un reportero y un militante no caben en el mismo cuerpo–, sí estoy de acuerdo en que una democracia real necesita ciudadanos críticos y una oposición al gobierno, incluso cuando éste tiene altos niveles de aceptación (o quizá deba decir, especialmente cuando los tiene).
Muchos de quienes fueron mencionados como parte de #YoSíQuieroContrapesos son ciudadanos a los que tengo en un alto concepto. Sin embargo, creo que el modo en que ellos y otros decidieron hacer pública su oposición al gobierno está equivocada. ¿Por qué? Porque se están proponiendo competir con AMLO en el terreno de las emociones, donde, creo, el tabasqueño es imbatible.
Me explico: el sentimiento que llevó a López Obrador al poder fue el hartazgo con la partidocracia encabezada por el PRI y el PAN. Ésta era percibida como inútil para hacer frente a la crisis de inseguridad y también como profundamente corrupta.
El hoy Presidente se subió a la ola de indignación y se presentó como la única alternativa al statu quo. La necesidad de mantener esa imagen de diferente a toda costa lo hizo deslindarse de cuanto oliera a PRI y PAN, incluso ante cosas que, desde una reflexión serena, pudiesen ser vistas como positivas para el país. Y también lo llevó a hacer promesas que no tenían una base real para ser aplicadas.
En su lógica de “el pueblo contra la mafia del poder”, López Obrador apeló al lado sentimental del elector, igual que han venido haciendo movimientos políticos de corte populista y nacionalista en otras partes del mundo que han tenido éxito en las urnas.
Por ejemplo, cuando los británicos se dieron cuenta de qué había significado votar mayoritariamente por el Brexit, las cuentas comenzaron a no salir. Hoy, dos años y medio después del referéndum que vio triunfar a la opción de salir de la Unión Europea, existe un movimiento político que comienza a tomar fuerza –integrado por diputados tanto laboristas como conservadores– que propone realizar una nueva votación.
Más de la mitad de los electores británicos creyeron a los merolicos que vendían la idea de que la pertenencia al bloque comunitario era la causa de sus problemas y que éstos se revolverían con el Brexit.
Ese tipo de movimientos políticos tienen éxito porque logran, con argumentos simplistas, fijar en la mente de los electores la imagen de un presunto enemigo de sus intereses, así como una serie de soluciones simplistas para deshacerse de sus problemas.
Y generalmente han ganado porque conquistan primero el ciberespacio, donde sus tesis pueden difundirse sin toparse con cuestionamientos reales, y ganar adeptos de forma acelerada.
Aunque siempre es posible intentar un movimiento a la inversa, utilizando las mismas armas retóricas, la batalla no parece fácil de ganar. Ni debiera tratarse de eso.
La aspiración debiera ser otra: construir una democracia basada en la razón y no en el sentimentalismo.
Por eso creo que atacar al gobierno de López Obrador diciendo, por ejemplo, que “está llevando al país a una dictadura de corte chavista”, ayuda más al gobierno de lo que lo perjudica. Ese tipo de argumentos encaja perfecto en la narrativa que lo hizo ganar la Presidencia.
Para un político acostumbrado a polarizar, nada sirve mejor que las polaridades intersustentantes (Louis Althusser dixit). Para todo “fifí” debe haber un “chairo”, para toda “mafia del poder” debe haber un “aspirante a dictador”.
Para que el sentimentalismo pudiera operar contra López Obrador tendría que haber, antes, un clima de rechazo como el que él encontró para hacer crecer su movimiento y sus opositores tendrían que conquistar las redes como hizo él.
El único contrapeso posible es el de la razón. En las pocas ocasiones en que ésta se ha esgrimido para contrarrestar sus tesis, el Presidente ha tenido que ceder. La información documentada es su criptonita.
A quienes están desesperados por generar algo de equilibrio en el tablero político, yo les respondería con una cita de la película Green Book, premiada con el Oscar a la mejor del año: “Nunca ganas con la violencia. Sólo ganas cuando mantienes la dignidad”. Información Excelsior.com.mx