Por Pascal Beltrán del Rio
A la política le gustan los vencedores. Suele ser muy cruel, incluso despiadada con los derrotados.
En la historia de las sucesiones presidenciales, muchos priistas se han quedado en el camino.
Estoy hablando de una treintena de políticos peso completo que, en algún momento a lo largo de los últimos 80 años, creyeron tener lo que se necesitaba para alcanzar la candidatura de su partido –y, junto con ellos, muchos también lo pensaron–, sólo para ver cómo se estrellaban contra el piso y se hacían añicos sus ambiciones, sus anhelos, sus esperanzas.
Hombres como Francisco J. Múgica, Javier Rojo Gómez, Fernando Casas Alemán, Gilberto Flores Muñoz, Antonio Ortiz Mena, Mario Moya Palencia y Pedro Ojeda Paullada, entre otros, seguramente sintieron que tocaban el cielo antes de que el sol derritiera la cera que pegaba sus alas y se precipitaran a tierra ante la mirada atónita de millones.
De esa treintena de hombres que pudieron haberse sentado en la silla presidencial, sin causar extrañeza a nadie, casi todos cayeron en la depresión y buscaron alivio en el alcohol, una vez enterados de que la decisión del mandatario en turno no los favorecía.
Pero hubo diferencias entre unos y otros. Un grupo de presidenciables frustrados consiguió eventualmente levantarse del piso, asumir que no les tocaba y seguir adelante con sus vidas. Otro grupo nomás no logró eso y sus integrantes se quedaron hundidos en lo que pudo ser, entregados a la negación e incluso a la locura.
En el primero, el de la entereza frente a la adversidad, habría que mencionar a Ortiz Mena, quien después de sacudirse el polvo de la sucesión presidencial de 1964, fue presidente del Banco Interamericano de Desarrollo durante 17 años y recibió, post mortem, la medalla Belisario Domínguez, la misma que algún orate acaba de proponer que se entregue a Kate del Castillo.
O Mario Moya Palencia, quien después de imaginarse despachando en Los Pinos a partir de 1976, supo reconvertirse en escritor, autor de novelas históricas como El México de Egerton y El penacho de Moctezuma, y cosechó reconocimientos en las páginas editoriales de Excélsior.
Otros que sobrevivieron al trauma de perder la candidatura del PRI, en tiempos en que eso equivalía a ser el próximo Presidente de la República, son Antonio Carrillo Flores, Porfirio Muñoz Ledo, Jorge de la Vega Domínguez, Pedro Ojeda Paullada y Sergio García Ramírez.
Dentro del segundo grupo, el de aquellos que jamás superaron la pérdida, está Donato Miranda Fonseca. Si usted se está preguntando quién es, no lo culpo. Guerrerense, primer titular de la Secretaría de la Presidencia –creada por el presidente Adolfo López Mateos–, Miranda se esfumó por completo de la escena política tras perder en la carrera por la candidatura del PRI contra Gustavo Díaz Ordaz.
También habría que incluir a Hugo Cervantes del Río, quien extravió sus cabales, al punto de no distinguir entre los vivos y los muertos (José López Portillo scripsit); Gilberto Flores Muñoz, quien era considerado favorito de la sucesión de 1958 y se pasó tres sexenios en la banca para regresar brevemente al gobierno en el modesto cargo de titular de la Comisión Nacional de la Industria Azucarera; Fernando Casas Alemán, quien pasó de poderoso regente de la capital a efímero embajador en Japón, y Alfonso Corona del Rosal, quien vivió sus últimos 30 años en el ostracismo.
Pero ha habido casos peores: los de aquellos que no sólo no fueron beneficiados por el destape, sino que se negaron a aceptar el veredicto, como Javier García Paniagua, quien dejó tirada la Secretaría del Trabajo, que le dieron como premio de consolación, y Manuel Camacho Solís, quien hizo toda clase de berrinches por no haber sido nombrado hasta que el asesinato de Luis Donaldo Colosio lo obligó a retirarse de la política por cuatro años, algo que intentó compensar mediante un oscuro paso por la oposición.
¿Cuál será el destino de los perdedores del destape priista de 2017? ¿Se rebelarán a la decisión presidencial? ¿Se resignarán a no ser los favorecidos? ¿Se irán a la oposición, como han hecho otros priistas? ¿Se sumarán al equipo del ganador? ¿Aceptarán un premio de consolación? ¿Terminará ahí su carrera política? ¿Resucitarán en otro oficio?
Información Excelsior.com.mx