Por Víctor Beltri
Hemos rebasado los treinta mil muertos, y la tragedia no da visos de terminar pronto. El gobierno apostó a la inmunidad de rebaño, y ha enfocado sus esfuerzos de comunicación en demostrar que se ha hecho lo suficiente al evitar la saturación del sector salud, haciendo de lado —intencionalmente— que no es necesario que toda la población se infecte para resolver la crisis del coronavirus: los ejemplos de países como Corea del Sur, o Nueva Zelanda, son fehacientes. La administración en funciones prefirió dar un manejo político a la crisis, antes que el tratamiento de un asunto de Estado.
La pandemia no ha terminado, y las cifras que nos son ofrecidas —todos los días— ni son fidedignas, ni están actualizadas. El número de contagiados, sin pruebas suficientes, es irreal; el de fallecidos, como ha sido admitido, no ofrece certidumbre. Los datos no están al día, por un número indeterminado de semanas, y el día de ayer se anunció que la información será más escasa, todavía. ¿Estamos, realmente, venciendo a la pandemia?
Vencer a la pandemia no consiste en tener capacidad hospitalaria suficiente hasta el final de la crisis, sino en establecer medidas de mitigación cuyas perspectivas rebasen el ámbito meramente político e inmediato, aunque impliquen un golpe de timón a lo planeado con anterioridad. La responsabilidad del —elevadísimo— número de muertes, producto de la pandemia, no es de la ciudadanía, incluso a pesar de las comorbilidades existentes: el Estado mexicano tuvo el tiempo —y la información— suficiente para tomar medidas de mitigación que pudieran evitarlas. Sin embargo, los programas oficiales —creados en otros sexenios— que podrían haber atendido estos problemas fueron suspendidos por la austeridad republicana: el gobierno tiene prioridades distintas.
La economía no va a rebotar, para volver a los niveles anteriores, a pesar de la entrada en vigor del T-MEC: el número de empresas que han quebrado, y el desempleo generado en estos meses, no permitirán que los efectos benéficos del tratado rebasen los de la operación política que comienza a orquestarse.
El discurso oficial ha cambiado y, hoy, la culpa de los decesos se apunta hacia los empresarios, cuyos productos industrializados son responsables de la obesidad de un porcentaje significativo de la ciudadanía. La campaña que está comenzando, a pesar de estar fundada en hechos sustentables, distorsiona la realidad y conlleva tintes políticos inadmisibles, sobre todo después de haber señalado a los empresarios, con anterioridad, como contrarios a su proyecto. A la transformación. A la austeridad republicana.
La austeridad republicana no tiene como objetivo enfrentar —y remediar— las consecuencias de la pandemia, sino enfocar todos los recursos del Estado en los proyectos que el Presidente ha marcado como su prioridad desde el inicio de su mandato. Así, cada peso, cada recorte, cada carencia, no tienen más objetivo que aportar más recursos para su tren, su refinería o su aeropuerto.
Los proyectos de Dos Bocas y el Tren Maya no son suficientes, por sí mismos, para detonar la recuperación económica. Sin embargo, su cancelación —y el redireccionamiento de tales recursos— sí podría conseguir, incluso en estos momentos, que el número de fallecimientos se redujera considerablemente.
La disyuntiva es clara, y hay que ponerla con todas sus letras. La disyuntiva no estriba en los hábitos alimenticios de los mexicanos, la voracidad de las empresas o los malos ojos de los adversarios. La pandemia sigue avanzando, y el gobierno federal no tiene recursos para atenderla —como es debido— porque está enfocado en prioridades distintas, mientras que ha montado un show mediático, para culpar a gobernadores y empresarios, que terminará por llevarnos, aún, más adentro del abismo. ¿Qué queremos? ¿Tren, aeropuerto y refinería, o la vida de miles —decenas de miles— de mexicanos más?.- Información Excelsior.com.mx