Por Pascal Beltrán del Rio
Han pasado 66 años desde que José Luis Cuevas publicó su manifiesto La cortina del nopal en el suplemento “México en la cultura”, del periódico Novedades, que dirigía Fernando Benítez.
El texto de Cuevas, quien entonces tenía 20 años de edad, puso las bases del movimiento artístico –conocido como La Ruptura– que abjuró de la llamada Escuela Mexicana, caracterizada por el muralismo.
Cuevas, fallecido el lunes pasado, hizo allí una crítica despiadada de la corriente que encarnaron Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros –“la situación putrefacta de las llamadas actividades cultas”–, pero no se detuvo en eso. Ventiló su hastío con la cultura surgida de la Revolución Mexicana y hasta con la idiosincrasia nacional.
Uno de los efectos de leer ese manifiesto hoy es sorprenderse por su gran actualidad.
El joven artista aprovechó la imagen creada por Winston Churchill en un discurso de 1946 sobre la “cortina de hierro” que había caído sobre Europa del Este, y describió un México que vivía detrás de su propia cortina, pero ésta hecha de nopal.
Era común entonces, e incluso al día de hoy puede verse, que las propiedades rurales se delimitaran con nopaleras. Así se hallaba México en la visión de Cuevas: separado del mundo por la ideología del nacionalismo revolucionario, resuelto a ver únicamente su ombligo y a pensar que no valía la pena conocer nada más allá de sus fronteras.
Para ejemplificar lo deplorable del país, Cuevas crea para su manifiesto un personaje llamado Juan, cuyo padre, funcionario de una secretaría, es “de esos que por diez pesos de mordida le resuelven a uno, dentro del término legal, lo que sin mordida toma impunemente varios meses”.
El soborno, agrega, es “una institución nacional que circula por la sangre de todo el país”.
Juan es un artista original, pero termina aplastado por el México costumbrista, el que cuelga en la sala de la casa un retrato de Pedro Infante, el que cree que el Ratón Macías es el mejor boxeador del mundo, el que se desvive por conocer las últimas aventuras galantes de María Félix…
A Juan, los maestros de la escuela de pintura La Esmeralda –a la que, por cierto, efímeramente asistió Cuevas– tratan de enseñarlo en el arte revolucionario, cuya “tendencia única” prescribe retratar al proletariado mediante “figuras simplificadas, con grandes manotas y piernotas, curvilíneas, ondulosas, planas, en escorzos de efectos especiales, para que ciertos intelectuales digan que son obras ‘fuertes’, de gran ascendencia popular”.
Juan trata de romper el molde, por su contacto con movimientos artísticos de otras partes del mundo, pero se da cuenta de que “necesita protección para su obra incipiente pues hasta ahora ha vivido de lo que su proletario papá trae a la casa después de las mordidas en la secretaría”.
Es así como Juan sucumbe ante un “funcionario abacial” de Bellas Artes, quien, llamándolo “compañero”, le exige, a cambio de la chamba, “no se aparte de la línea trazada”.
Y Juan, “protegido por instituciones oficiales y semioficiales, comienza a progresar porque algo de talento tiene, a pesar de que no lo han dejado hacer lo que él quería con su arte. Vende su obra, que él sabe pobre de espíritu y estancada, a unos turistas que vienen a buscarla como recuerdo de viaje”.
Al final de su texto, Cuevas dice que él no se conforma con ser como Juan.
“Quiero en el arte de mi país anchas carreteras que nos lleven al resto del mundo, no pequeños caminos vecinales que conectan sólo aldeas”.
José Luis Cuevas murió el lunes en un país que sigue siendo muy parecido al que describió en 1951, en pleno alemanismo.
Algunos dirán que es porque sigue gobernando el PRI, pero esa es sólo parte de la razón. Las oposiciones políticas se han mostrado incapaces de romper con esa férrea ideología que el PRI construyó.
Peor aún –y lo he escrito aquí varias veces–, la mayoría de los mexicanos sigue comulgando en el templo del nacionalismo revolucionario.
Al margen de su edad y condición social, esperan que el gobierno les resuelva todo y critican la corrupción siempre y cuando no sea la que ellos practican.
Deploran el muro de Donald Trump, pero han levantado el suyo, que sigue siendo de nopal, a cuya sombra repiten el mantra nacionalista: “Como México no hay dos, como México no hay dos…”. Información Excelsior.com.mx