Por Víctor Beltri
Mestizaje, el sabor del día. El Presidente en funciones levantó la liebre, el fin de semana, y ahora la conversación se vuelca, primero, sobre el racismo del titular del Ejecutivo, que pretende otorgar privilegios de acuerdo a la pureza de la raza; después, sobre el racismo de la oposición, que además de neoliberal y corrupta desprecia a los pueblos indígenas, y, además en el racismo de la sociedad en general, mestiza, que por esta sucia razón no aceptaría en nuestro país al expresidente de Bolivia. Un spin, y la conversación ya está en otro lado.
Siempre es así. Una declaración polémica, difundida con profusión, y en un instante estamos hablando de un tema completamente distinto al anterior: hoy hablamos de mestizaje y racismo, y con esto ya no hablamos de las circunstancias que rodearon la huida del personaje de marras, y cuyo asilo —ofrecido sin que él lo pidiera— en su momento levantó otra liebre, con la que dejamos de hablar del asesinato de la familia LeBarón; de los inexplicables sucesos alrededor de la rendición de Culiacán, de las espeluznantes cifras económicas —y el derribo sistemático de las instituciones— que ponen en riesgo la viabilidad de la nación.
Una liebre que el Presidente ha sabido levantar, siempre, en el momento oportuno. Como cuando reveló el nombre del titular del operativo, al sentirse acorralado por los periodistas; como cuando acusó al hijo de su antecesor, tras el hostigamiento que sus seguidores hicieron a la prensa. Como cuando perdió el respeto de un ala de los militares, y se inventó un golpe de Estado; como cuando sacó del sombrero el combate al huachicoleo, justo después de la muerte de la gobernadora de Puebla, y que además le sirvió para esconder que la ineptitud de su administración fue la causa real del desabasto.
Como lo hace todos los días, en unas conferencias mañaneras cuyo objetivo real no es informar, sino seguir levantando las liebres que distraigan a la jauría de la opinión pública —y las redes sociales— mientras prosigue en sus planes megalómanos para promulgar una nueva Constitución y —muajajá— pasar a La Historia. Por eso la demolición soterrada de las instituciones, mientras nos habla de beisbol; por eso el desprecio al Ejército y a las fuerzas del orden, mientras imparte clases de historia. Por eso la división y el encono, para que la sociedad se pelee entre sí, y no se ponga de acuerdo en los asuntos importantes; por eso las referencias al pasado, para que sus rencores sean el tema de conversación, y no los errores de su gobierno.
Por eso estamos hablando ahora del mestizaje, en vez de hablar de cifras macroeconómicas; por eso hablamos del expresidente de Bolivia, en lugar de replantearnos una estrategia de seguridad que no funciona: por eso no hablamos de los temas importantes. El Presidente de la República es un experto en el manejo de crisis de comunicación, y es capaz de macanear cualquier bola que le lancen: hoy, ya nadie se acuerda de lo que hace algunas semanas llenaba los titulares.
Una crisis de comunicación, sin embargo, no es lo mismo que una crisis política: mientras que las primeras hay que saber manejarlas con soltura, las segundas tienen que ser resueltas, antes de que sigan creciendo y cobren dimensiones incontrolables. La opinión pública puede ser distraída —y las benditas redes sociales arder— con la liebre que se levanta y corre, cada día, como ha sucedido a lo largo de este caótico primer año: hoy hablamos de mestizaje, como ayer de la doctrina Estrada y, así, de tantas cosas que nos han distraído mientras que los problemas —es preciso no olvidarlo— siguen ahí. La inseguridad no ha disminuido, la economía no ha mejorado, las perspectivas son desastrosas. Podemos estar hablando de otras cosas: las crisis políticas están creciendo mientras tanto.
Hoy hablemos de mestizaje, mañana de beisbol, el día siguiente podemos volver a hablar del Comandante Borolas. De lo que sea: el atole con el dedo siempre tiene el sabor del día.Información Excelsior.com.mx