Por Pascal Beltrán del Rio
Ayer le decía en la Bitácora que el abrumador triunfo de Morena en las elecciones del 1 de julio hace que México corra el riesgo de echar atrás 40 años el reloj, a los tiempos en que el oficialismo convivía en la escena política con una oposición testimonial cuando no domesticada y palera.
El país no puede darse ese lujo y yo creo que el próximo gobierno tampoco. Pero no podemos pedirle a éste que genere una oposición real. Sería una contradicción. La verdadera oposición y la verdadera crítica –necesarias en toda democracia– deben desarrollarse de forma independiente al poder.
Para mí el único partido con capacidad de ser esa oposición es Acción Nacional.
Como me dijo ayer en Imagen Radio el senador con licencia Roberto Gil Zuarth, el PAN es una oposición natural porque es el único partido que está “en contraesquina de Morena”.
Gil ha sido señalado como aspirante a la dirigencia nacional del PAN, igual que Marko Cortés y otros, Sin embargo, para él hay algo mucho más apremiante que nombrar a un nuevo jefe nacional, como llaman los panistas de cepa a su líder. Y no es poca cosa: el PAN debe definir qué es.
Algunos panistas han planteado que el partido regrese sus orígenes para encontrar su cura.
Puede ser, pero habría que saber a qué se refieren. El México de finales de los años 30, en los que se creó el PAN como contrapeso al cardenismo, ya no existe. Es decir, si el llamado es a la nostalgia, será fútil.
Si, en cambio, se trata de hacer política abrazando los valores tradicionales del PAN –servicio público, honestidad, vigencia del Estado de derecho, libertad económica y democracia– y adecuándolos a los tiempos actuales, el partido quizá pueda salir del estado catatónico en el que se encuentra.
A partir de mediados de los años 80, Acción Nacional se fue haciendo de posiciones de poder, pero muchos de sus líderes se perdieron en la ambición. La política dejó de ser para ellos un asunto de servicio público y formación de ciudadanía y se convirtió en un perverso esquema de enriquecimiento personal.
De tal modo se olvidaron los panistas de sus principios que cuando llegaron al pináculo del poder no encontraron casi nada que quisieran transformar, y se acomodaron en el statu quo. El PAN fue, en ese sentido, más priista que el PRI.
A partir de 2009, casi todos los sectores de clase media, que el PAN había convencido de su ideal de “una patria ordenada y generosa”, comenzaron a darle la espalda. En 2012 vino el primer golpe: el partido, a pesar de llevar dos sexenios en Los Pinos, terminó en el tercer lugar de la elección presidencial. En 2016 pareció resurgir, gracias a sus triunfos en varias elecciones estatales, pero la división en sus filas y su descarado pragmatismo se volvieron un revulsivo para la mayoría de los electores en 2018.
Hoy el PAN tiene una nueva oportunidad de resurgir. Depende de sí mismo, de definir –como dice Gil Zuarth– qué es, qué quiere y hacia dónde desea conducir los destinos del país.
Insisto, el PAN está mejor avituallado para ser oposición que el resto de los partidos: PRI, PRD, MC… Ninguno de estos últimos tiene el sello ideológico que se requiere para diferenciarse del movimiento que será mayoría en el Congreso a partir de septiembre y gobierno a partir de diciembre.
Si los panistas quieren creer que los aplausos que se escucharon el fin de semana en su Consejo Nacional a favor del excandidato y exjefe nacional Ricardo Anaya son sinónimo de unidad, estarán equivocados. Lo mismo si dedican todos sus esfuerzos a la renovación de la dirigencia y se olvidan de las redefiniciones que urgen al partido.
El PAN puede convertirse en una oposición real –con aspiración al poder y no meramente testimonial– si reivindica los logros de la liberalización económica. En el Bajío, el occidente y el norte del país hay ejemplos de políticas públicas que han creado empleos y abatido la pobreza. Se trata de una visión con la que se identifica una parte del lopezobradorismo, pero que causa recelo en el ala más radical de ese movimiento.
Si el PAN se vuelve promotor y eje de esa idea de país, puede volverse atractivo no sólo para los mexicanos que se han beneficiado del crecimiento económico que esas políticas han generado, sino también para sectores que actualmente militan en el PRI y Morena y podrían quedar huérfanos en caso de que se imponga en el gobierno la línea nacionalista-populista.
Pero antes de eso, el PAN tendrá que hacer una autocrítica: abjurar de todo patrimonialismo –como la lucha por manejar las disminuidas prerrogativas– y deslindarse de los actos de corrupción en que incurrieron varios de sus miembros.
La brega apenas comienza. Información Excelsior.com.mx