Por Pascal Beltrán del Río
México está a las puertas de lo que parece ser su peor relación con EU desde los años que siguieron al asesinato del agente antinarcóticos Enrique Camarena, en febrero de 1985.
El 6 de enero, horas antes del asalto al Capitolio por parte de simpatizantes de Donald Trump, opiné en este espacio: “El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador parece dispuesto a llevar su disgusto por el resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos más allá de la toma de posesión de Joe Biden”.
Los hechos posteriores han reforzado esa impresión. Hasta entonces me basaba yo, sobre todo, en la tardanza en reconocer el triunfo de Biden; en la pretendida revisión de la cooperación bilateral en materia de seguridad y en el inopinado anuncio de que México ofrecería asilo al hacker australiano Julian Assange, acusado en EU por robo de información de inteligencia. Sin embargo, luego vendría la falta de condena de México a la irrupción violenta en el Capitolio, que interrumpió la sesión de certificación de los resultados electorales y que dejó dos personas muertas en el lugar.
Después, la insistencia mexicana en calificar de “censura” la decisión de Twitter y Facebook de cerrar las cuentas de Trump e incluso advertir que México podría poner el asunto a discusión en el G20, un grupo de países en el que varios gobiernos, a diferencia del de México, sí condenaron los sucesos del Capitolio. Pero las cosas no pararon ahí, pues el 11 de enero, las actuales autoridades estadunidenses se quejaron de que México está violando sus compromisos en materia energética en el marco del T-MEC y, el viernes pasado, denunciaron que nuestro país hubiese decidido no procesar penalmente al general Salvador Cienfuegos, a lo que siguió la franca molestia por haber hecho público el expediente con el que los fiscales estadunidenses pretendían someter a juicio al exsecretario de la Defensa Nacional.
Sobre este último caso, yo no me atrevería a emitir un veredicto respecto a la inocencia o culpabilidad del militar. Que las acusaciones parecen raras, sí. Y, desde una perspectiva garantista, yo diría que no se ha probado ante un juzgado su responsabilidad en los delitos que le han sido imputados y eso, en mi opinión, lo hace, hasta el momento, no culpable.
No obstante, los desfiguros cometidos por el gobierno mexicano son evidentes.
Veamos: después de la detención de Cienfuegos, México negoció su regreso y Washington lo concedió. Sin embargo, esto se hizo por consideraciones de política exterior y con reservas legales. Por ello, nadie debió sorprenderse cuando el Departamento de Justicia dijo el viernes por la tarde que, como México decidió no juzgar al general, Estados Unidos mantendrá abierto el proceso en su contra.
Peor aún: al hacer público el expediente confidencial que Washington envió a México y al decir que las autoridades estadunidenses habían sido “poco profesionales” en la detención de Cienfuegos, la confrontación de plano estalló.
Si México ya estaba decidido, como parece, a no investigar al militar retirado —en el comunicado de la FGR no se precisa qué elementos se valoraron para dictar el no ejercicio de la acción penal—, no se debió haber aceptado el retiro de cargos con reservas (without prejudice) porque EU, evidentemente, se quedó esperando que México procediera contra él.
Si Washington hubiese retirado los cargos sin más —como dice dos veces, y en mayúsculas, el comunicado de la FGR—, Cienfuegos habría sido puesto en libertad en territorio estadunidense. Acto seguido, le habrían dicho usted disculpe y él habría podido continuar el viaje de placer con su familia. Devolver a México al general, en las condiciones en que eso sucedió, fue algo inédito.
Alguien podría alegar que las quejas relatadas aquí provinieron del gobierno saliente, es decir, el de Trump, y que hasta ahí se quedarán. Nada más equivocado: si hay algo que no se partidiza en EU es la defensa de los intereses económicos de ese país y la procuración de justicia. En esos dos rubros, no hay republicanos ni demócratas.
A nadie conviene que México y EU entren en una etapa de turbulencias en su relación bilateral, como la que se vivió en los tiempos de Miguel de la Madrid y Ronald Reagan. Menos aún al socio más débil y particularmente en estos momentos difíciles. Información Excelsior.com.mx