Por Yuriria Sierra
El primero. De seis. Limpio. Austero. Sobrio. Digno. El primer grito de Andrés Manuel López Obrador cumplió con las expectativas. Porque no sólo fue una ceremonia para aquellos que llenaron el Zócalo para mostrarle su apoyo, fue también para el resto de los mexicanos que, tal vez, vieron por televisión una celebración como la que hacía varios años, más de una década, no se sentía.
No hubo la hostilidad de los eventos del calderonismo: seguridad exacerbada, incluidos detectores de metales para el ingreso a la plancha del Zócalo. Tampoco hubo despilfarro ni gritos contra el Presidente. Ni, como apuntaba Álvaro Cueva, la nota se la llevó el costo de un vestido o la lista de invitados especiales a Palacio Nacional. Esta vez fue un evento sencillo, pero que no se limitó en entusiasmo. Acaso similar al que se vivió aquella noche del 15 de septiembre del 2001, cuando vivimos el primer grito de Vicente Fox, el primer presidente no priista, el primero en llegar a Los Pinos gracias a la alternancia y promesa de cambio.
Los 20 vivas anunciados por López Obrador horas antes de escucharlos le cumplieron a las más de 130 mil personas reunidas, pero en ellas se abrió una oportunidad de reconciliación. Como si aquel candidato ganador dando un discurso en el hotel Sheraton la noche del 1 de julio de 2018 se hubiera hecho presente otra vez, alimentando la esperanza de que el discurso de división, el del eterno proselitismo, se dejará finalmente atrás.
Después de todo, es el mensaje de un festejo como el de la noche del 15 de septiembre: más que la fecha histórica, es tomarla de pretexto para demostrar la enorme capacidad de unión que existe entre todos los mexicanos; es la oportunidad de reconocernos entre nosotros, a pesar de los contextos; es el momento de recordar que somos parte del mismo pueblo. Y por eso la importancia de que el mensaje que se escuche por quien entona el Grito desde el balcón presidencial sea uno dirigido a todos, a los presentes y a quienes aún expresan dudas sobre quien está al frente del Estado.
Una de las imágenes más poderosas de hace un par de noches fue la de Andrés Manuel López Obrador caminando por pasillos sin invitados especiales, ésa larga tradición política, casi monárquica, que por primera vez no tuvo acceso a Palacio Nacional. Sólo él y su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller. Tal vez para tener una fotografía completa del Estado habría sido oportuno verlo con las líderes del Congreso de la Unión y el presidente de la Suprema Corte. Tal vez como mensaje de que el Estado es un conjunto de poderes.
Sin embargo, poco se puede reprochar de la ceremonia del Grito 2019. Saldo blanco y un Presidente que optó por la sobriedad e incluso la rapidez en el protocolo. Y un resultado apenas a la altura de la fiesta. Hasta las redes sociales se unieron al festejo. “¡Hoy Twitter está irreconocible!…”, afirmó Gabriel Guerra en el programa de radio de Julio Astillero. Y, sin duda, el mérito habrá que reconocerlo, aunque también habrá que subrayar lo necesario de hacer de ese mensaje, más cercano a la unión que al conflicto, una narrativa diaria. El país lo necesita. Información Excelsior.com.mx