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El silencioso #MeToo

Por Yuriria Sierra

Otra vez lo volvimos a hacer. De nuevo, por encima de los acontecimientos, antepusimos lo que nosotros creemos que debe ser. La víctima queda al final. Exigimos que la denuncia cumpla con nuestras expectativas, una serie de requisitos que le den veracidad. Karla Souza denunció una violación por parte de un director de cine. Ella sabe quién es. Ella sabe cuáles son las secuelas con las que ha tenido que vivir durante estos años. Lo demás, eso tendrá que ser definido por una autoridad. Pero estos casos lo que revelan no sólo es que la violencia de género sucede hasta en los ámbitos más glamorosos y a las mujeres que vemos en las portadas de revistas —aunque eso ya lo sabíamos—, también evidencia que uno de los pilares que mantienen de pie este problema es la manera en cómo lo percibimos, seamos víctimas o no.

“Me gustaría entender si les estamos pidiendo un certificado de dignidad para otorgarles, a cambio, el derecho a decir. Creí que ya habíamos comprendido —gracias a sobrados ejemplos— que las huellas de la humillación y del trauma no tienen fecha de vencimiento. Y que no se habla cuando se quiere: se habla cuando se puede. A veces, incluso, no se puede nunca…”, escribió Leila Guerriero en El País. Ella exponía eso que, para algunos, es condición irrevocable: si alguien te agrede, se debe hablar al momento. Y es que, para muchos, no hacerlo de esta forma resta mérito a la denuncia. ¿Sabrán ellos lo que implica dormir bajo el mismo techo de quien te agrede?, ¿llegar a la oficina donde te aguarda tu agresor? ¿Pensarán, entonces, que de no hacerlo dentro de las primeras 24 horas después de una agresión, el resto es sólo sufrimiento inocuo con la única intención de victimización?

Desde que decenas de mujeres nos revelaron que figuras como Bill CosbyHarvey WeinsteinLarry Nassar, y hasta Donald Trump, sustentan buena parte de su virilidad ejerciendo poder sobre otros —en este caso, mujeres—, comenzó un falso y tramposo debate. El mismo de siempre. Una nociva percepción que ha ayudado a anquilosar la violencia a las mujeres. Porque tuvieron que ser actrices famosas las que pusieran el tema sobre la mesa. Ni siquiera los miles de mujeres que han muerto en el mundo lograron que esa parte de la sociedad, que parece tener todas las respuestas, hable con tanto ahínco sobre ellas como lo hacen (con más morbo y espíritu de chisme), cuando inquieren con dedo flamígero por qué Karla Souza no denunció en su momento, por qué no dice el nombre de su agresor, por qué no desmiente lo dicho por Denise Maerker, por qué, por qué, por qué, pero todo sobre ella. Nadie parece muy interesado en preguntarse por qué guardó silencio durante tanto tiempo y por qué ahora que habló lo hizo con reservas. La agresión queda atrás, lo que importa, según, es que se hable dentro de un periodo determinado. Al parecer, para que puedas llamarte víctima debes llenar un formulario o, de lo contrario, la denuncia no tendrá importancia alguna. Olvidamos que nuestro papel frente a una víctima es el de escuchar. Sólo eso. Lo demás, parte precisamente de ahí.

¿Que por qué una mujer que ha sufrido cualquier tipo de agresión puede tardar tanto en decirlo? Porque el agresor se encarga de crear un entorno hostil; porque no hay autoridades capacitadas para recibir y actuar ante este tipo de denuncias; porque esto hace que se crea que no hay nada qué hacer; o porque está en riesgo el trabajo o la familia. Qué curioso, ninguna de estas razones dependen directamente de la víctima. Y son el entorno y las autoridades las que hacen sentir a la víctima como si fuera el victimario. Son también las autoridades las primeras en no escuchar, de la misma manera en que la sociedad es la primera en juzgar (rápidamente se viralizó una vieja entrevista en la que Karla Souza confesaba a Eugenia Debayle haber aprovechado su belleza frente a sus productores cuando recién empezaba a trabajar en la industria). Porque así está construido el maldito sistema: para que al final siempre sean culpables, de una forma o de otra, las mujeres. Pero eso, afortunadamente, y con el tsunami de movimientos como #MeToo, tendrá que cambiar mucho más pronto que tarde.

Aquellas mujeres que han sido víctimas de cualquier tipo de acoso o de abuso sabrán lo importante que es tener un par de oídos que las escuche antes de que sea emitido un juicio y su denuncia sea descalificada. Según Inmujeres, durante 2017 cerca de 12 mil 811 mujeres fueron asesinadas. Me pregunto cuántas de ellas no fueron escuchadas. Me pregunto a cuántas les estamos negando el derecho, el simple derecho, a decir. Información Excelsior.com.mx

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