Por Jorge Fernández Menéndez
Cuando hoy regrese el presidente López Obrador a la mañanera, buscará alimentar el optimismo y recuperar el tiempo perdido. Lo de su optimismo, personal y sobre el futuro del país, lo ha dicho él, lo repitió Olga Sánchez Cordero como un mantra y lo reitera López-Gatell. Nunca se dio un parte médico real de la situación que vivió el Presidente de la República durante las pasadas dos semanas, pero a cada rato nos decían que estaba optimista y que quería volver, aunque los reportes privados insisten en que por lo menos durante su primera semana de confinamiento el mandatario la pasó realmente mal.
Lo importante es que esté de regreso y que asuma sus responsabilidades en las mejores condiciones posibles. Covid deja muchas secuelas de todo tipo, deja problemas respiratorios, fatiga crónica, trastorno de atención, depresión, ansiedad, insomnio, dolor de cabeza, arritmias, entre muchas otras. Lo que quiere decir que, para cuidarlo, en el mejor sentido de la palabra, habrá que modificar agendas y formas de operar del propio Presidente.
Estar dos horas de pie, o más, en las mañaneras lo dejará agotado, realizar giras y recorridos por carretera, también, las medidas sanitarias se deben priorizar en su entorno y también la logística que utiliza. El que haya volado en avión comercial con síntomas de covid (en realidad ya estaba contagiado) a Monterrey y luego ya francamente enfermo de San Luis Potosí a la Ciudad de México, no sólo son acciones que demuestran cómo la utilización presidencial de aviones comerciales pone en riesgo (no sólo ni principalmente sanitario) a los pasajeros que comparten esos vuelos, sino que es un mecanismo cada vez menos eficiente. Existe una flota de la Fuerza Aérea Mexicana que tiene que transportar al Presidente, por su seguridad y la de sus acompañantes. No necesita usar el TP-01, los mismos aviones que resultan buenos para ir a recoger a Evo Morales a Bolivia o para traer las cenizas de José José, me imagino que lo son para transportar al Presidente de la República.
También la enfermedad presidencial debe hacer reconsiderar las tareas de la ayudantía o como se le llame ahora a las áreas que cubren las carencias que dejó el desaparecido Estado Mayor Presidencial, sobre todo en el cuidado del mandatario, incluyendo su salud, su entorno, su logística, sus contactos. Aparentemente, nadie se ocupa completamente de ello en la actualidad y eso se puso de manifiesto con el proceso de contagio, en la falta de disciplina del propio Presidente en las medidas de prevención y, evidentemente, en la alta centralización de responsabilidades que el propio mandatario asume en ese sentido. Nadie se atreve a decirle nada y eso, en política y también en logística y prevención, tiene un costo.
El presidente López Obrador es un hombre que, sin duda, puede asumir sus responsabilidades, pero con una salud precaria, y no sólo por las secuelas de covid. Pero por eso mismo debe ser cuidado y se debe manejar de una forma distinta a la actual. No será ni el primer ni el último mandatario cuya salud está deteriorada por distintas dolencias. Lo que ocurre es que, como si estuviéramos en los años 60 y 70, se sigue la máxima de que el Presidente es casi un superhombre que no se enferma y que cuando algo le pasa se recupera milagrosamente, no vacaciona ni descansa y ni siquiera, diría el ínclito López-Gatell, es una fuerza de contagio, es “una fuerza moral”.
Creo que muchas de las decisiones de imagen presidencial que se tomaron al inicio de su mandato han demostrado estar erradas. El Presidente se mudó a Palacio Nacional porque decía que no quería el lujo de Los Pinos y ahora vive literalmente en un palacio cuyo lujo supera infinitamente a la exresidencia presidencial, un palacio que, además, resulta un espacio muy inadecuado para la operación cotidiana del Ejecutivo, a diferencia de lo que eran Los Pinos, con todo su complejo de oficinas y espacios idóneos para el desempeño presidencial. Y el video del Presidente en confinamiento, recorriendo los espléndidos pasillos de Palacio Nacional, destacaron tanto ese lujo que se le puso más atención a ese entorno que a lo que decía el propio mandatario.
Lo cierto es que perdimos un gran museo público (Palacio Nacional), para ganar una mala oficina, ganamos un mal paseo (el actual en Los Pinos) para perder una residencia presidencial más que adecuada para eficientar el desempeño del ejecutivo. Son símbolos de poder, y el presidente López Obrador, se comprobó en estos días, ha terminado exhibiendo los símbolos equivocados.
El presidente López Obrador tendrá, como todos los que han sufrido covid, secuelas, es un hombre con otras enfermedades, controladas, pero delicadas; debe ser cuidado, debe escuchar y debe ser bien aconsejado, sobre su salud y sobre su desempeño. Debe cuidar su imagen que cada día lo encierra a un espacio más personal y alejado de todos, porque todo está tan centralizado que ni su propio gabinete puede ser partícipe de sus personalísimas decisiones, algunas acertadas, otras muy equivocadas. Y el Palacio aleja cada vez más. Siento al presidente López Obrador, sobre todo después de estos días de confinamiento, cada vez más como aquel personaje de René Avilés Fabila, como al gran solitario en Palacio. Información Excelsior.com.mx