POr Jorge Fernández Menéndez
Más allá del contenido, tan controvertido y criticado, pocas cosas han llamado más la atención en el discurso presidencial del domingo pasado que la extrema soledad presidencial. Las imágenes del Presidente hablando al vacío en un enorme y desolado patio central de Palacio Nacional terminaron siendo una metáfora de un mandatario que ha decidido asumirse como singular, lejos de todos, incluyendo parte de su equipo.
La soledad del presidente López Obrador no es algo nuevo. Luego del concurridísimo, hasta la exageración, escenario en el evento de inauguración de su mandato, la presencia junto al Presidente en estos informes trimestrales fue disminuyendo hasta que en septiembre ya nadie estuvo junto a él. El del domingo llegó al extremo de la mayor soledad en que se puede presentar públicamente un mandatario.
En noviembre pasado decíamos aquí que el referente político, el estilo de gobernar más cercano al presidente López Obrador, es el de Luis Echeverría. Son cosmovisiones muy similares en épocas muy distintas. No en vano fue con Echeverría con quien López Obrador comenzó su vida política, cuando se afilió al Partido Revolucionario Institucional y cuando tuvo sus primeros puestos en la función pública, de la mano de Ignacio Ovalle, secretario particular y jefe de la oficina de la presidencia en el sexenio de Echeverría y quien se llevó a un joven López Obrador, recomendado por el gobernador de Tabasco, Leandro Rovirosa, a lo que ahora es el Instituto Nacional Indigenista.
Recordábamos que Daniel Cosío Villegas en su célebre libro El estilo personal de gobernar dice que “puesto que el presidente de México tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente… Es decir, que el temperamento, el carácter, las simpatías y las diferencias, la educación y las experiencias personales influirán de un modo claro en toda su vida pública y, por tanto, en sus actos de gobierno”.
Don Daniel hablaba entonces de Echeverría, pero la definición se puede aplicar perfectamente al presidente Andrés Manuel López Obrador.
Es imposible comprender la forma de ejercer el poder del Presidente sin asumir que del que goza es inmenso, que lo hace de una forma mucho más personal que institucional y que se rige por su temperamento, sus simpatías, por su educación y experiencias personales, tan afincadas en aquellos años de inicio.
Y en ese estilo personal de gobernar dos cosas resultan centrales: la confrontación y la no negociación.
No son pocos los funcionarios de su gabinete que prefieren no decirle al Presidente las cosas que saben que no le gustarán. En toda esta crisis del coronavirus ello ha sido más notable que nunca: el subsecretario de salud, López-Gatell, estuvo durante semanas pregonando políticas que el propio Presidente, en su accionar diario o en la mañanera, desestimaba.
Apenas la semana pasada desmintió al secretario de Hacienda y a los datos oficiales de la Secretaría. Nadie sabe desde entonces qué ha sido de Arturo Herrera, rodeado de rumores de renuncia al cargo.
El escenario del país, y el mundo que observa el Presidente, es tan distinto del que muchos otros vemos por la poca comunicación con otros funcionarios, con especialistas, empresarios, intelectuales y también por la forma en la que se le presentan los temas, los datos, la información dura. E, indudablemente, por la forma en la que el propio Presidente asume la información que se le proporciona.
Ese estilo personal de gobernar del presidente López Obrador, por la forma en que confunde la lealtad con la amistad, por el desprecio a la capacidad técnica y la experiencia a cambio de esa lealtad mal entendida, daña, entre otras cosas, la capacidad de gobernanza y gobernabilidad de la propia administración. El Presidente está solo porque él mismo así lo ha decidido.
Como Echeverría, el presidente López Obrador es astuto, pero también terco, difícil de mover de sus propias posiciones, también solitario, y aunque la formación y experiencia política de Echeverría haya sido mucho mayor a la de Andrés Manuel a la hora de asumir la presidencia, este último puede presumir de haber recorrido un camino mucho más azaroso y, quizás por eso, sus posiciones personales son también más cerradas, menos permeables a opiniones ajenas.
En ese derrotero de muchos años de oposición se ha galvanizado también en López Obrador la idea de lo inexorable de su camino.
Las mayorías las entiende como absolutas y por eso no se da ni un paso atrás ni nada se negocia. Un camino que será imposible seguir sin generar daños mayores a la sociedad y al aparato institucional y productivo del país.
Razones tomará unos días, pero regresará el lunes 13 de abril. Información Excelsior.com.mx