Por: Víctor Beltri
En política no hay coincidencias, sino intereses concurrentes. El viernes pasado el presidente turco, Tayyip Erdogan, se reunió con su similar ruso, Vladimir Putin, tras meses de una relación más que tensa después el incidente del avión ruso derribado en la frontera entre Siria y Turquía, a finales de 2015.
Intereses concurrentes. Las relaciones entre Rusia y Turquía se han fortalecido desde que Putin expresó su apoyo a Erdogan, en el fallido intento de golpe de Estado de julio pasado, y pudieron sobreponerse al asesinato del embajador ruso —registrado, en imágenes terribles— en diciembre pasado. Las dos naciones están colaborando para los mismos fines, y las declaraciones de Putin tras la reunión no dejan lugar a dudas: “Estamos trabajando activamente en la resolución de las crisis más acuciantes en el mundo, primero que nada en Siria (…) Me complace decir que, nadie lo había esperado pero, a nivel de autoridades militares y servicios de inteligencia, tenemos un diálogo confiable y muy efectivo”.
Tan efectivo que, unas horas después, estallaba la mayor crisis internacional de la historia contemporánea, entre Turquía y los Países Bajos. Crisis acuciantes, pero sobre todo intereses concurrentes, de nuevo: a unos días de la elección que podría definir el futuro de Europa, el evento que el gobierno turco pensaba realizar en Rotterdam tenía un fin claro y un único desenlace: la provocación de una crisis que acendraría el odio racial y terminaría por influir no sólo en los comicios holandeses de la próxima semana, sino también en un referéndum que terminaría por perjudicar los intereses de Turquía con Europa, pero que favorecería los del antiguo Imperio Otomano con los de la extinta Unión Soviética. Una posible elección del ultraderechista Geert Wilders no haría sino precipitar la disolución de la Unión Europea, y pondría en compromiso a la OTAN, lo que se alinea con los intereses de Vladimir Putin —por un lado—, quien encuentra en una Europa unida un obstáculo a sus sueños hegemónicos y —por el otro— con los del mandatario turco, que está buscando inflamar el sentimiento nacionalista que le permitiría hacerse de una discrecionalidad prácticamente absoluta en el ejercicio del poder.
Lo que estamos viendo en la crisis que se desarrolla, por instantes, en los Países Bajos, no es sino la confluencia entre los intereses —de lo general a lo particular— de Putin para resquebrajar a la Unión Europea, tras el triunfo que ha tenido en Estados Unidos con un mandatario del que se comprueba, cada día con más pruebas, que es su patiño; de Erdogan, para hacerse de una posición que es más estratégica en tanto se asume más comprometida; de Wilders, quien incrementa sus posibilidades de hacerse con el control absoluto en tanto se inflama el sentimiento nacionalista de los neerlandeses tras las manifestaciones de los turcos en las principales ciudades del Randstad y, finalmente, de Steve Bannon, quien aguarda el desenlace de la obra que espera consumar tras la elección en Francia, misma que tendría como consecuencia el inicio de la configuración del mundo conservador, de diques contiguos, que ha tenido en la mira desde los tiempos en cuya única arma era un micrófono lleno de furia.
Es preciso seguir, con atención, la elección holandesa. Los movimientos de quienes buscan dar los primeros pasos para terminar con el sueño de una Europa unida deben ser relacionados con los de quienes fomentan y se aprovechan de los nacionalismos conservadores. El resultado final del conteo de los escaños en el Binnenhof, tras la crisis artificial provocada por Erdogan, definirá no sólo el futuro de la Unión Europea sino, también y en lo nacional, el de nuestras perspectivas de crecimiento tras la plausible pérdida de un porcentaje considerable del mercado norteamericano con las políticas de Trump. Es preciso, como nunca, buscar nuevas opciones.
Fuente: Excelsior.com.mx