Por Yuriria Sierra
“Éste es un momento muy difícil en tu vida y me doy cuenta de lo amargo que es esto. Yo también comparto tu dolor…”. Estas palabras fueron escritas en uno de los más atroces contextos que podamos imaginar: el abuso sexual a un menor. Más aún cuando el victimario es miembro de un grupo religioso que usa a Dios como excusa para su comportamiento.
Las líneas son de la pluma de un obispo tras conocer el caso de una joven que abortó luego de ser violada por un sacerdote. Sin embargo, el mensaje fue dirigido, créalo, al cura pederasta, no a la víctima. Este ejemplo bien resume la actitud de la Iglesia católica respecto a los casos de abusos sexuales que, con el paso de los años, se acumulan por centenares. El último gran escándalo viene de Pensilvania, en Estados Unidos.
Una carpeta de más de mil 300 hojas. Más de mil víctimas. Más de 300 sacerdotes involucrados. Todo habría ocurrido en los últimos 70 años. De a poco se han ido revelando detalles de los casos documentados que, por supuesto, no son todos. ¿Cuántas víctimas no encuentran otro refugio si no es el silencio?
Según lo publicado, algunos niños fueron abusados bajo la excusa de “revisiones de detección de cáncer”; otros al recibir la visita de un sacerdote mientras estaban hospitalizados; a otros los desnudaron y les tomaron fotografías que fueron compartidas entre varios clérigos; con otros menores se hicieron prácticas sadomasoquistas. También hay casos de niños abusados luego de beber lo que les fue ofrecido por los párrocos. A otros les decían que, tras la violación, los limpiarían con agua bendita. La Fiscalía del estado de Pensilvania anota, además, el caso de un sacerdote que abusó de cinco hermanas, de quienes tomó muestras de orina y sangre menstrual.
La investigación no sólo recopiló casos, también se dio a la tarea de conocer detalles del estatus de las denuncias que la Iglesia recibió. Porque sí hubo víctimas que alzaron la voz, pero la respuesta no fue la esperada, evidentemente. El modus operandi de la Institución no cambia lo que supimos hace unos años de lo ocurrido en Boston (y que la cinta ganadora del Oscar, Spotlight, nos recordó hace un par de años): tras las denuncias, la Iglesia católica encubrió los casos. Envió a los sacerdotes a terapia o los cambió de parroquia. En esta nueva investigación, se registró el caso de un padre que tuvo que abandonar el sacerdocio tras las varias acusaciones en su contra; pero la Iglesia, en cambio, le firmó una carta de recomendación para que encontrara empleo en, nada menos, uno de los parques de Disney. Así el pudor.
Mil víctimas en 70 años y sólo en 54 de los 67 condados del estado de Pensilvania. No queremos ni pensar en la suma del resto del país, de la región, del continente. Inconcebible el alcance de estos casos a nivel mundial. Basta con revisar lo que sucede en Chile, lo que pasa en Australia… o en nuestro país: “A veces, quienes nos acusan, deberían tener tantita pena porque suelen tener una cola que les pisen muy larga, pero también en lo que a nosotros respecta, nos sentimos muy mal y queremos mejorar…”, palabras del obispo emérito de Xalapa, Sergio Obeso, recién nombrado cardenal por el papa Francisco.
Hasta el momento en que se escriben estas líneas, no hay reacción de El Vaticano sobre lo revelado en Pensilvania. Ni una palabra para las víctimas. Por cierto, en el caso con
el comenzamos el texto, fue el mismo sacerdote el que se encargó de arreglar el aborto de la víctima. Aun así, la ideología religiosa sigue dando pauta en discusiones sobre las libertades. Qué extraño es el mundo. Tras lo revelado hace un par de días en Estados Unidos, se precisó que muchos de los casos han prescrito o los sacerdotes responsables han muerto. Qué elástico el perdón para los victimarios. Qué contundente el olvido de la Iglesia hacia las víctimas. Información Excelsior.com.mx