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Entre copas

Por Pascal Beltrán del Rio

La semana pasada, la escritora Elena Poniatowska estuvo en el centro de una polémica en redes sociales por declarar que el consumo de cerveza había engordado a las mujeres de Juchitán.

Buena parte de la controversia estuvo centrada en si Poniatowska les dijo “panzonas y mensas” o “panzonas inmensas”. Y como suele ocurrir en estos trending topics, la comentocracia cibernética se partió en dos: entre quienes cuestionaron el insulto y los que defendieron a capa y espada a la novelista, sea por amistad o por afinidad ideológica.

Más relevante que esta disputa es el tema que la autora de La noche de Tlatelolco puso sobre la mesa y que pasó inadvertido: las consecuencias del consumo de alcohol en una de las comunidades más rezagadas del país.

Poniatowska expuso el dato en un contexto estético, al recordar que las mujeres de aquella región oaxaqueña eran “delgaditas” y así fueron retratadas por la fotógrafa italiana Tina Modotti, de quien escribió su libro Tinísima.

Pero si tomamos su afirmación como cierta y la obesidad de las juchitecas es consecuencia de su predilección por la cerveza, tendremos ahí un tema para concientizar sobre los efectos perniciosos del consumo de alcohol. No porque no los conozcamos, sino porque no siempre están en el foco de atención social.

Precisamente para paliar esa laguna, cada 15 de noviembre se conmemora el Día Mundial sin Alcohol, como una forma de recordarnos permanentemente cómo puede envenenarse lentamente una sociedad que avala y alienta el consumo de bebidas etílicas como una forma de convivencia.

Hace algunos días el comisionado Nacional contra las Adicciones, Manuel Mondragón y Kalb, afirmó que entre 2011 y 2016, el consumo excesivo de alcohol aumentó 60 por ciento en la población de 12 a 65 años.

Durante una conferencia en la Antigua Escuela de Medicina de la UNAM, Mondragón y Kalb citó datos de la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (Encodat) 2016 y explicó que también creció el patrón de ingesta de bebidas alcohólicas.

De acuerdo con las estadísticas, las cinco copas mensuales que podría ingerir una persona las bebe en una sola ocasión.

Pero también hay que recordar que el consumo de alcohol no sólo tiene efectos nocivos sobre la salud de las personas. También altera los comportamientos colectivos y no para bien.

Mi compañero de páginas, Mario Luis Fuentes, escribió en Excélsior el pasado 16 de octubre que el incremento de algunos delitos como el robo con violencia no puede disociarse de otros fenómenos como el consumo de alcohol y otras sustancias adictivas. Como bien dice, el consumo de bebidas permitidas legalmente predispone a los jóvenes a buscar drogas prohibidas y altamente dañinas.

También mencionó que la Secretaría de Salud ha documentado el incremento en los casos de atención médica por “intoxicación aguda por alcohol”. En 2014 la cifra era de 41 mil 904, al año siguiente pasó a 42 mil 958 y en 2016 ascendió a 44 mil 101. Habrá quien diga que son aumentos mínimos, pero en un mundo ideal se trata de que no haya ninguno.

Pareciera una empresa imposible ir contra la corriente, sobre todo cuando se acerca el fin de año y la gente comienza a predisponerse a los brindis navideños.

Desde luego, la experiencia histórica ha mostrado sobradamente la inutilidad de prohibir la venta y el consumo de alcohol. Nadie sugeriría hoy este camino, e incluso hay corrientes en boga que plantean la despenalización de otros enervantes, lo cual me parece que amerita otro tipo de análisis.

Pero lo que sí creo que es indispensable es seguir fomentando una cultura de consumo responsable de alcohol.

Aquí es inevitable referir el incidente que vivió la semana pasada Ricardo Becerra, comisionado para la Reconstrucción, Recuperación y Transformación de la Ciudad de México, quien fue increpado por vecinos que le reclamaron por acudir con aliento alcohólico a una reunión con damnificados.

Becerra se disculpó, creo que apropiadamente. Admitió que durante una reunión previa con pobladores de Tláhuac aceptó una bebida que éstos le ofrecieron y no quiso desairarlos. La intención pudo no ser mala, pero al final reconoció que no era apropiado beber en horas de trabajo y anunció que aplicará en adelante la política de “cero mezcales”.

Y sí, que la experiencia sirva para que desde la función pública se adopte, hasta donde sea posible, una política de cero alcohol. Así sea para poner el ejemplo. Información Excelsior.com.mx

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