Por Pascal Beltrán del Río
En 35 años de conducir, nunca he provocado un accidente automovilístico. Y desde 2008 no me han robado el vehículo. Lo primero ha sido, sobre todo, obra de la prudencia; lo segundo, de la suerte.
Aun así, cada semestre me llega el sablazo de la aseguradora. No puedo decir que me dé gusto pagar por algo que casi nunca he usado, pero me da una enorme tranquilidad tener seguro.
En la “lógica” de algunos altos funcionarios públicos y de muchos simpatizantes del oficialismo, yo entro “en pánico” al pagarle una cantidad sustancial a la compañía de seguros. En palabras de ellos, debiera esperar a tener un choque o que alguien dañe o robe mi coche para sacar una póliza de seguro. ¿Por qué lo digo? Porque se la han pasado diciéndonos que “no es tiempo” de tomar medidas para restringir el movimiento de las personas ante la propagación del coronavirus.
Apenas hoy se iniciará una campaña que el gobierno denomina “Jornada Nacional de Sana Distancia”. El nombre no es lo único confuso, pero, ¿por qué no llamarle “mes de sana distancia” si está programada para durar hasta el 19 de abril?
El mayor problema es que la idea de la sana distancia no ha ido acompañada de sano juicio.
La experiencia internacional está mostrando que los países que actuaron con mayor rapidez para poner en práctica las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (por ejemplo, Alemania y Corea del Sur) han tenido mucho más éxito en mitigar la propagación del COVID-19 que aquellas que se tardaron más (Italia, España y Estados Unidos).
Aquí nos hemos tardado un mes o más. Todavía el pasado fin de semana, el presidente Andrés Manuel López Obrador seguía insistiendo en que el coronavirus no era tan grave y que los políticos y periodistas “conservadores” se habían dedicado a crear “alarmismo y amarillismo” e “infundir miedo”.
El mandatario ha pedido “tener fe” en que la enfermedad no nos dañará. Bajo esa premisa, yo no debería estar asegurado contra accidentes. Hacerlo —creen algunos— es dejarme vencer por el “miedo” de que un día chocaré por distracción o que me robarán el vehículo. Es decir, una sobrerreacción absurda.
Por supuesto, la diferencia entre el caso de mi auto y el daño que puede hacer el coronavirus a la sociedad es enorme. El gobierno no debiera partir de que, como los casos de coronavirus son apenas una fracción de los que tienen en países como China e Italia, aún “no es tiempo” de tomar medidas.
Hace dos semanas, el ensayista y financiero libanés Nassim Nicholas Taleb —mejor conocido por su teoría de El Cisne Negro— respondió a un tuit que puso el empresario multimillonario e innovador tecnológico Elon Musk, quien calificó de tonto el pánico mundial por el COVID-19.
“Si la palabra pánico significa una reacción exagerada, puede ser que lo sea a nivel individual, pero no a nivel colectivo”. Y, en otro tuit, agregó: “Debemos reducir el contacto social por los siguientes 20 días para evitar un problema serio. Hemos sobrevivido por millones de años gracias al ‘pánico irracional’”.
Una semana después, en un artículo divulgado por la Universidad de Nueva York, Taleb profundizó en sus argumentos sobre las medidas a tomar ante la propagación del coronavirus:
“La seguridad colectiva requiere una evitación excesiva de riesgo individual, incluso si entra en conflicto con los intereses y beneficios del individuo. Puede requerir que un individuo se preocupe sobre riesgos que son comparativamente insignificantes.
“El curso de acción para todos los individuos es poner en marcha la precaución sistémica (…) Un contagio multiplicado conecta al individuo con el colectivo, haciendo de toda persona tanto un portador potencial como una fuente de riesgo”.
Ojalá alguien lo haga llegar a Palacio Nacional.Información Excelsior.com.mx