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¿Es infalible el papa? Entendiendo la llamada “infalibilidad”

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Todo hombre yerra. El papa es hombre. El papa yerra.

Pero la constitución Pastor Æternus, de 1870, dice: “enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado que el romano pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando, ejerciendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, en virtud de su Suprema Autoridad Apostólica, define una doctrina de Fe o Costumbres y enseña que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres.”

Y, más adelante, sin titubeos, el texto profiere una terrible amenaza: “… si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de contradecir ésta, nuestra definición, sea anatema.” Y mire usted que muchos han tenido “la temeridad” de contradecir; o sea que Dios lo ha permitido varias veces.

El que se dice católico no le queda otra más que aceptar este dogma. Y si no lo acepta, ¿es que en realidad no es católico? Hans Küng, sacerdote y teólogo católico, lo puso en duda y tuvo muchos y graves problemas. Para quien no es católico, este dogma, además de absurdo, es arrogante. Pero la pregunta subsiste: ¿de verdad es infalible el papa? Y la respuesta es que sí –pero solo dentro de un determinado sistema–, si entendemos adecuadamente el dogma.

Como persona privada, el papa, como todo hombre, es falible. La infalibilidad sólo opera cuando el papa habla ex cathedra, o sea, a) se dirige a todos los cristianos, b) desde su autoridad suprema de doctor o pastor, y c) define una doctrina moral o de fe. Sólo así hay infalibilidad.

Permítaseme un símil: si yo defino una cuestión jurídica, y lo hago solemnemente desde mi escritorio, la doctrina que yo defina no tendrá ninguna validez y no obligará a nadie. ¿Por qué? Porque no tengo ninguna potestad. Pero, ¿qué tal si quien define una cuestión jurídica es un tribunal supremo? Lo ahí definido será, nos guste o no, la verdad legal y la última palabra sobre el tema. De manera análoga es como opera la infalibilidad del papa.

Alguien, por principio lógico, debe tener la última palabra y la autoridad para definir un dogma moral o de fe, pues de lo contrario, del mismo modo en que no habría seguridad jurídica si no existiera un órgano cuyas decisiones fueran inatacables, tampoco habría certeza alguna en dogmas de fe y moral si el papa mismo no se supusiera infalible.

Casi todos entienden mal la infalibilidad papal, y el solo hecho de mencionarla pone a muchos de mal humor. La infalibilidad del papa es muy limitada y se circunscribe al mundo. No es lo que muchos suponen y a fin de cuentas no es para tanto. Por principio lógico, repito, en todo sistema normativo debe haber una autoridad que tenga la última palabra. Y cuando se trata de establecer, en las condiciones dichas, un dogma moral o de fe, pues esa última palabra, esa autoridad suprema, la tiene el papa, de un modo análogo a la autoridad que tiene un tribunal constitucional para fijar como verdad legal irrefutable una de sus definiciones y decisiones. Claro, uno en el ámbito religioso, y el otro en el ámbito jurídico. Eso es todo.

Lo que resulta chocante para los no católicos es que el mismo papa señale como fuente de su autoridad infalible la voluntad de Cristo. Es como si dijera: “no me equivoco porque Cristo me asiste, y decir que me equivoco sería tanto como decir que Cristo se equivoca; así que, aquel insensato que ose desafiar el dogma moral o de fe que he definido bajo las condiciones que me hacen infalible, está traicionando a Cristo y será maldito y excomulgado (anatema)”. El católico que cree esto así, a pies juntillas, cree por miedo. El no católico que se encoleriza con el dogma sin entenderlo, critica sin razón. En ambos casos, las actitudes son poco razonables.

Algunos me reprocharán que haya comparado la infalibilidad papal con la autoridad de un máximo tribunal. Yo les diría dos cosas: a) no estoy comparando, sólo me he valido del ejemplo del tribunal como símil y siempre desde la analogía; b) todo sistema normativo, sea sobrenatural o no, tiene sus propias condiciones de validez sin las cuales se colapsa. Entendido esto, no deberíamos tener tantos problemas con la infalibilidad papal.

Ahora bien, si usted no reconoce ni da crédito a las condiciones de validez del sistema ni al sistema mismo (es decir, al catolicismo), pues bien puede pasarse por alto este y cualquier otro dogma. Usted es libre de elegir. De hecho la palabra griega a??et????, de donde surge nuestro vocablo “herético”, significa eso: el que es libre de elegir. Información Radio Fórmula

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