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En octubre de 1991, cuando anunció su candidatura presidencial, Bill Clinton era el desconocido gobernador de Arkansas, y el presidente George H.W. Bush era el popular presidente que había vencido a Irak en la Guerra del Golfo. En marzo de 1992, una encuesta realizada por Gallup indicaba que el 44% de los votantes apoyaba a Bush, el 25% a Clinton y el 24% al candidato independiente Ross Perot.
El 2 de junio de 1992, Clinton fue ungido candidato presidencial por el Partido Democrático y a principios de julio, otra encuesta de Gallup indicaba que Bush tenía el apoyo del 48% de los votantes y él el 40%. Al terminar ese mes, también de acuerdo con Gallup, Bush tenía el 32%, contra el 57% del demócrata. La última encuesta antes de la elección del 3 de noviembre de ese año señalaba que Clinton contaba con el 49% y Bush con el 37%. Al final, el demócrata recibió el 43% de los votos, el republicano el 37.5% y Perot el 19%.
Para la mayoría de los analistas, Clinton capturó la presidencia de Estados Unidos usando un mensaje centrado en la economía, resumido en la recordada frase “Es la economía, estúpido”. En ese año, EE.UU. enfrentaba varios problemas económicos: una recesión que duró de julio de 1990 a marzo de 1991 y tuvo efectos hasta 1992 que redujeron la actividad económica, generaron desempleo y menor gasto del consumidor; una tasa de desempleo de más del 7% que causó preocupación entre los votantes; un crecimiento del déficit federal que creó inquietudes sobre la salud fiscal y la estabilidad económica futura; un déficit comercial, especialmente con Japón, que afectó la competitividad y el empleo industrial.
Clinton entendió y comunicó efectivamente cómo las políticas económicas impactan la vida diaria de las personas, marcando un contraste con George H.W. Bush, percibido como desconectado de las dificultades económicas del pueblo.
En 2023 hay un escenario similar al de 1992 y EE.UU. enfrenta estos problemas económicos: una lenta recuperación económica después de la recesión postpandémica que ha generado mucha incertidumbre sobre el futuro económico del país; una inflación generada después de la pandemia de Covid-19 persiste pese a los esfuerzos de la Reserva Federal; un encarecimiento significativo del costo de vida debido a un alza notable en los precios de alimentos y bienes esenciales; al igual que hace 32 años, el crecimiento del déficit federal genera preocupación sobre la salud fiscal de EE.UU.; un sentimiento negativo en los consumidores sobre la economía a pesar de buenos indicadores macroeconómicos.
La consistencia de estos temas a lo largo de las décadas subraya una verdad central en la política: la economía no es simplemente un aspecto de la campaña, sino el núcleo alrededor del cual giran muchas decisiones electorales. La capacidad de un candidato para conectar con los votantes en temas económicos y presentar un plan convincente para abordar los problemas puede ser decisiva.
Hasta ahora, el presidente Joe Biden no ha sido capaz de presentar un plan convincente, mientras que Donald Trump amenaza con vencerlo en noviembre, atizando los temores y prejuicios de un sector importante de la población.
Biden debe convencer a una mayoría de los estadounidenses de que la economía va por buen camino porque, si no…
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Información Radio Fórmula