Por Yuriria Sierra
¿Cuántas veces ha escuchado que una causa penal se cayó por faltas al debido proceso? Si sucede en casos altamente mediáticos, con más razón en los que quedan en el anonimato. Con la observación de que también esto es usado a favor de la autoridad para “cerrar” casos a como dé lugar. El debido proceso parece ser un ente que, aunque tendría que ser parte esencial de la construcción del sistema de justicia de nuestro país es, en realidad, la primera parada de un camino plagado de errores. Es un mal que sigue ocurriendo.
Esto, a pesar de que en 2011 un proyecto del ministro Arturo Zaldívar expuso, con todas sus letras, la importancia y necesidad del rigor que debe tenerse en cualquier proceso judicial. Lo hizo a través de su brillante proyecto sobre el caso de Florence Cassez. Cuando la SCJN ordenó su inmediata libertad, algunas voces lo confundieron con una sentencia de inocencia. No fue así. Cassez salió de prisión porque, la revisión de la Corte encontró fallas en la observación del debido proceso que la llevó a la cárcel, las tres violaciones a derechos humanos: retraso en asistencia consular (ella es ciudadana francesa), mandato de puesta a disposición sin demora y el principio de presunción de inocencia. De no haber existido estos errores, posiblemente ella seguiría hoy en prisión. Hoy vive en Francia y su nombre nos recuerda que el camino para encontrar justicia en este país está lleno de baches puestos por la misma autoridad. Ella fue reconocida por las víctimas de secuestro. Pero está libre porque nuestro sistema de justicia falló.
Este caso se volvió precedente. El proyecto del ministro Zaldívar ayudó a que todos, tanto autoridades, como medios de comunicación, entendiéramos y atendiéramos mejor el debido proceso. Ellos en lo suyo, nosotros en lo que nos toca. La manera en que se arma un expediente. La forma en que hablamos de él. Cuidar la presunción de inocencia. No dar por hecho nada hasta no contar con la evidencia. El caso de Axel Arenas es el más inmediato en donde vimos una investigación mal sustentada. Los medios hemos aprendido más que las autoridades, al parecer.
Del caso Florence Cassez salió Una novela criminal, una ficción muy documentada que le hizo ganar a Jorge Volpi el Premio Alfaguara 2018. Se publica el próximo mes. “La novela sirve para muchas cosas. Una de ellas, para evadirse de la realidad. Pero también, cuando ésta se muestra esquiva, caótica o llena de fugas, para ordenarla…”, escribían ayer en El País. Esta novela, intuyo, será, justamente, ese espejo que nos ponga a todos los mexicanos frente a un espejo en el que, no necesariamente, nos hemos querido mirar. Un nuevo laberinto quizá; no el de la soledad, sí el de la ilegalidad. Presumo, ex-ante, que servirá justo para entender nuestras fallas y nuestras omisiones en ése y en otros tantos terrenos. Finalmente, la literatura es vehículo para entender y entendernos en nuestro entorno. Escritores e intelectuales desmenuzan a través de su trabajo, lo que a veces resulta casi impenetrable. Por ello, figuras como Octavio Paz, Carlos Monsiváis y Carlos Fuentes, se convirtieron en referencia obligada del debate público. Sus opiniones ácidas, certeras, incómodas, contenían la fuerza suficiente para incidir en la vida política y social. Aún la tienen. Por ello sus nombres son parte relevantísima de la historia del México del Siglo XX.
Jorge Volpi corresponde —posiblemente ya encabeza— a una nueva generación de esas necesarias voces que se convierten en pinza, en gasolina y flama, pero también motor, faro de luz, barco salvavidas. El intelectual público. Una región que parecía casi desierta en los últimos años. Con él, Juan Villoro, Elena Poniatowska y Jorge Castañeda. Por eso, además de por el —asumo— merecidísimo premio, un trabajo como Una novela criminal se antoja desde ahora como obligado. La realidad del país exige más que discursos políticos para entenderla, para cambiarla. La literatura, con sus inagotables posibilidades, es una de las vías más poderosas.
“Había muchas historias que necesitaban ser contadas con mayor amplitud. Tratar de comprender mucho mejor a los distintos protagonistas de la historia (…) Es una tradición que el escritor se preocupe de asuntos públicos…”, me dijo ayer Jorge Volpi en entrevista en Imagen Televisión. El trabajo de Volpi nos recuerda lo importante de la literatura como pieza de un rompecabezas que, muchas veces, supera al mismísimo imaginario. Información Excelsior.com.mx