Por Pascal Beltrán del Río
El polvo de la devastación creada por el coronavirus ya se está asentando en China –país de origen del patógeno– cuando en México apenas comienzan a sentirse sus primeros efectos.
Ayer, Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud, calculaba que la epidemia costará a nuestro país cerca de tres mil 500 millones de pesos.
Pero eso es apenas una fracción de lo que ha gastado China cada año en investigación científica e infraestructura hospitalaria desde el surgimiento del SARS, en noviembre de 2002.
La rapidez con la que Pekín logró bajar la curva de propagación del COVID-19 estuvo apoyada en una década de inversión pública. En el primer rubro, el equivalente de 36 mil millones de dólares para el lapso 2009-2019; en el segundo, 191 mil millones.
No hay forma de que México compita con eso. El sector salud nacional no tiene, de lejos, la capacidad para emprender una tarea masiva de mitigación del coronavirus como la que realizó el país asiático.
Pensar que con tres mil 500 millones de pesos (menos de 150 millones de dólares al tipo de cambio actual) podremos atenazar los efectos de la enfermedad en 12 semanas –como calcula López-Gatell– es muy difícil de creer.
El presupuesto del que habla López-Gatell apenas alcanzaría para construir un par de hospitales de nivel 2, de 250 camas, como el que proyecta actualmente el IMSS en Chihuahua.
Por eso, la apuesta mexicana tendría que estar en el distanciamiento social más estricto. Pero al ver el nivel de relajamiento con el que trata el gobierno federal la actual crisis sanitaria mundial, uno no puede albergar expectativas optimistas.
Luego, hay que hablar de las repercusiones económicas. Por datos que se dieron a conocer el lunes, es posible que la economía china se contraiga hasta 6% en el primer trimestre del año.
La afectación que eso tendrá sobre la economía mundial es de pronóstico reservado. Las disrupciones económicas causadas por la pandemia, como una mayor incertidumbre y volatilidad en los mercados financieros, podrían costar entre 1 y 2 puntos al crecimiento global.
Si bien los efectos sobre México son aún desconocidos, los riesgos resultan innegables. Especialmente si consideramos que el país entró en esta etapa con una mala nota respecto del resultado de su Producto Interno Bruto el año pasado.
La lentitud de las autoridades mexicanas para atajar las consecuencias económicas de la propagación del coronavirus es un reflejo fiel del desparpajo y la falta de la coordinación que se ha observado en el terreno de la salud.
Ayer, los presidentes Donald Trump, Emmanuel Macron y Pedro Sánchez, así como el primer ministro, Boris Johnson, dieron a conocer medidas de emergencia para apoyar a las empresas de sus respectivos países en la actual coyuntura.
Pero cuando le preguntaron esta semana al presidente Andrés Manuel López Obrador qué políticas de estímulo fiscal contemplaría para las compañías mexicanas, dijo que ninguna, y que, en todo caso, éstas podrían beneficiarse de la reducción en los precios de los combustibles que se ha dado por el desplome de los precios del petróleo.
Escribo estas líneas sin conocer aún el resultado de la reunión de gabinete que debía ocurrir por la tarde noche en Palacio Nacional. Ojalá que de ella salga algo más que el cálculo de que superaremos esta emergencia en tres meses y con un gasto de sólo tres mil 500 millones de pesos.
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