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El pasado domingo cientos de miles de ciudadanos y ciudadanas de todo México salieron a manifestarse en diferentes ciudades del país en defensa del INE. En éxtasis, como si se tratara de una gesta histórica—que no lo es—, una multitud presente en el Zócalo capitalino entonó el himno nacional a todo pulmón, mientras que en las redes sociales usuarios compartían videos y fotografías de la marcha: “¡El INE no se toca!”
La envejecida clase política de la transición vivió el evento como si se tratara de su revolución, y no de la movilización de las clases medias y de diferentes grupos e individuos preocupados por la democracia pero que no comulgan con ellos.
Alito Moreno, presidente del PRI, posteó una foto de él sosteniendo un megáfono como si fuera un líder estudiantil con el siguiente mensaje: “Hoy estamos aquí para defender nuestra democracia, para demostrar que los ciudadanos estamos protegiendo lo que juntos hemos construido”. Porque claro, es bien sabido que el PRI es el partido ciudadano por excelencia y que Alito Moreno es un digno representante de la sociedad civil.
Por su parte, un emocionado Santiago Creel, subió un video reclamando la ausencia de la bandera de México en el asta del Zócalo, y exclamó: “¡Somos pueblo igual que los demás, y vamos a poner votos en las urnas!” Sí, el mismo Santiago Creel al que antes la democracia no le importó y que operó el desafuero contra López Obrador, y que hoy realiza una pobre imitación de Donald Trump —pero con la barba recortada, la camisa bien planchada y un acento fresa inoculatable— y llama a “recuperar la grandeza de México”.
En tanto, el oficialismo vivió su propia revolución. Sin ningún ejercicio de autocrítica afirmó que en las calles se manifestaba la reacción; contrarrevolucionarios que estaban mal informados o que simplemente son mal intencionados. El presidente afirmó que los asistentes marcharon a favor de la corrupción y el narcoestado. Por su parte, Mario Delgado explicó que la marcha fue una farsa impulsada por aquellos que no quieren perder sus privilegios —y que no son como su amiga Gabriela Jiménez de la fundación “Que Siga la Democracia A. C.”, antes panista y cercana a Felipe Calderón, quien ya se redimió pasándose a Morena—.
De igual forma, senadores, diputados, voceros y paleros del oficialismo, sacaron de contexto la pésima estrategia de comunicación de unos novatos marchantes —quitar los carteles de García Luna para que no se confundieran los objetivos de su marcha—, y afirmaron que era la evidencia de que estaban a favor del narcotráfico y de la violencia. Desde luego siempre es más fácil mentir que enfrentar la realidad y cuestionarse cómo es que los reaccionarios que antes no convocaban a más de 200 personas, ahora llenaron el zócalo, que fuera símbolo de lucha del obradorismo y antes del rechazo al autoritarismo priista.
Los dos frentes políticos viven sus fantasías revolucionarias con arrogancia, y no alcanzan a ver que hay una ciudadanía preocupada y agraviada que, de ninguna forma, se siente representada por Alito Moreno o Santiago “el Donald” Creel, pero que también está muy molesta por los magros resultados de la “transformación”, particularmente en la Ciudad de México, en donde el apoyo de los capitalinos a Morena se reduce cada día más y más.
Son muy raros estos tiempos revolucionarios en donde la vieja y arrogante clase política de siempre habla de grandes cambios, gestas históricas y decencia democrática. ¿Qué alternativas tenemos todos los demás frente a esto? Información Excelsior.com.mx