Por Pascal Beltrán del Rio
No bien había terminado el partido entre Alemania y Suecia —rivales de grupo de México en el Mundial de futbol— cuando brotaba en las redes sociales y la televisión el proverbial fatalismo nacional.
No importaba que la Selección Mexicana acabara de vencer a Corea del Sur para colocarse como líder del grupo; tampoco, que ésta haya sido apenas la segunda participación en una Copa del Mundo en que México arranca con dos victorias, ni que sólo le haga falta un empate el miércoles en Ekaterimburgo ante Suecia, para avanzar a octavos de final por séptima ocasión consecutiva… No, los agoreros de la mala fortuna ya decidieron que esto terminará en desgracia.
¿Por qué? Supongo que porque sí, porque así ha sido y así será.
A diferencia de los comentarios de muchos analistas mexicanos sobre la selección argentina, que apenas lleva un punto en dos partidos, pero le siguen dando posibilidades de avanzar a la siguiente ronda, sobre los nuestros, ya hicieron aparecer la nube negra de la maldición.
En el futbol, esa imagen nos persigue desde hace décadas. En YouTube usted puede encontrar la narración de don Fernando Marcos del partido México-España del Mundial de Chile 1962. Faltando 30 segundos para la finalización del juego, Joaquín Peiró clavó el balón en la meta defendida por Antonio Carbajal y ganó España 1 a 0.
“Desdichadamente, cayó el gol, amigos, cuando nosotros teníamos toda la oportunidad de ganar el juego”, se lamentó Fernando Marcos. “Ahora ya no dará tiempo siquiera de sacar la pelota del centro. Desplomados, los muchachos ante esta desgracia. Alguna maldición gitana que pesa por ahí. Un partido, amigos, que México no mereció perder y, sin embargo, ha perdido. ¿Qué le vamos a hacer?”
Tal vez entonces cabía la conmiseración, pues México sólo había ganado un punto en trece partidos mundialistas —producto de un empate a uno con Gales en 1958—, pero en este caso el partido con Suecia ni siquiera se ha jugado y los obligados a matar o morir son los suecos, no los mexicanos.
“¿Qué necesita México para quedar fuera de la Copa del Mundo?” era la pregunta más escuchada la tarde del sábado en las mesas de análisis en lugar de ser los dos triunfos al hilo conseguidos por el Tri.
¡Qué trabajo les cuesta a los mexicanos, en general, creer en sí mismos! En casi todo lo que hacemos, nos sigue rondando ese síndrome de conquistados que nos maniata y termina por convertirse en profecía autocumplida. Parecería como si el éxito doliera y habría que evitarlo a toda costa.
Ante el exhorto de Javier, El Chicharito, Hernández de “imaginar cosas chingonas” —en entrevista con el periodista David Faitelson—, la mayoría de los mexicanos responden con sorna, chacota o incredulidad. Ya no digamos cuando los jugadores dicen que van a ser campeones del mundo. A muchos les resulta imposible imaginarse algo así.
En este Mundial, los jugadores y los aficionados no hemos conocido la adversidad. En los dos partidos disputados, el
Tri ha abierto el marcador. Y en cuanto dio la vuelta Alemania al marcador ante Suecia, reaparecieron los fantasmas. “Uy, ya estuvo…”
Con esa clase de apoyo, ¿qué podemos esperar en el Mundial? Debe ser terrible para los jugadores y para el técnico nacional, quien ha sido blanco de críticas lapidarias desde que puso pie en el país.
Pero, en un sentido más amplio, ¿qué podemos lograr si no creemos en nuestro potencial, si nos la vivimos creyendo que, en serio, somos víctima de alguna maldición gitana?
Pese a los rezagos que aún tiene, México ha tenido muchos avances como país en años recientes. No se trata de ocultar lo malo, sino de cambiarlo, pero sin dejar de reconocer lo que hemos hecho bien.
De principio a fin, la campaña electoral que concluirá esta semana ha sido dominada por el fatalismo, la sensación de que nada sirve y hay que tirar todo por la ventana y comenzar de nuevo.
No es ésta una campaña de la esperanza, sino del rencor. No se quiere unir a los mexicanos en torno de mantener lo que está bien y cambiar lo que va mal, sino de cobrar cuentas, como quien hace un sacrificio de sangre a los dioses para ver si cambia la suerte.
Es el México del fatalismo el que más se ha hecho escuchar. El que no cree en sí mismo y se siente perpetuamente víctima de alguien.
Ojalá la voz más sonora en estos días fuera la del México que cree posible el triunfo. El México al que convocó
El Chicharito el domingo en un tuit: “Ayer ganamos, pero para ganar mañana necesitamos jugar por el amor al juego y disfrutar jugar sin expectativas ni apegos”.
Pues eso. Información Excelsior.com.mx