Por: Pascal Beltrán del Rio
La profunda crisis institucional y la extendida inconformidad social que revelan las reacciones por el aumento al precio de los combustibles son realidades que no se gestaron en un fin de semana, sino que llevan décadas fermentándose.
Decir esto no es retirar responsabilidades al actual gobierno federal –que las tiene, y muchas– sino dimensionar la naturaleza de los hechos que estamos viviendo.
México ha tenido un larguísimo fin de régimen. El sistema político que se impuso una vez terminadas las hostilidades de la Revolución lleva al menos veinte años de agonía, pero no ha acabado de morir.
El problema es que la carcomida estructura del régimen presidencialista sigue en pie, aunque se le haya modificado varias veces la fachada, y la ideología que le daba legitimidad –el nacionalismo revolucionario– ha seguido pasando de generación en generación.
A diferencia de otros sistemas autoritarios, el partido de Estado resistió su caída de la Presidencia. Más aún: inoculó de su forma de gobernar a los partidos con los que hoy comparte el poder.
Pero más importante que la continuidad del PRI –que se atrincheró en los gobiernos estatales mientras buscaba la manera de regresar a Los Pinos– es que los pilares del régimen se mantuvieron en pie durante los 12 años del PAN en la Presidencia.
Uno de los principales fue Petróleos Mexicanos. El PAN no sólo permitió que subsistiera el mito nacionalista llamado Pemex –pese a que esto remaba contra sus principios como partido– sino lo mantuvo como una fuente fundamental de los ingresos del país y surtidor de gasolina barata para los mexicanos.
A partir de 1938, Pemex fue el eje del programa industrial. Entre 1940 y 1962, se construyeron seis refinerías. En ellas se produjeron combustibles con el objetivo de reducir los costos de la planta productiva y acicatear la expansión económica.
Luego, en 1974, se encontraron las enormes reservas de crudo en el Golfo de México y partir de entonces el país se volvió una potencia petrolera. La confianza en el modelo se acendró. La promesa era que los hidrocarburos nos llevarían al Primer Mundo, pero los hechos han demostrado que dicha riqueza fue sobre todo una desgracia.
Las rentas que generó la actividad petrolera dieron lugar a una enorme corrupción. Al sindicato de la empresa se le dio una serie de prebendas, que incluían la preferencia para realizar obras y jugosas prestaciones como sus planes de jubilación.
Entonces, si bien es cierto –como afirmó el jueves el presidente Enrique Peña Nieto– que los gobiernos surgidos del PAN “quemaron” una cifra extraordinaria en subsidiar los combustibles, los gobiernos del PRI son los principales responsables de haber dilapidado los recursos de la bonanza petrolera.
Hace dos años escribí en este espacio que durante las cuatro décadas que duró dicha bonanza (1975-2015), ingresó al país un billón de dólares, es decir, casi una economía mexicana completa.
¿Qué se hizo con ese dinero? Cuando no se robó, se dilapidó en gasto corriente. Algo se invirtió, claro, pero no suficientemente, pues la mayoría de las grandes obras de infraestructura, como presas y refinerías, se construyó antes de 1974.
Hoy estamos pagando nosotros, los contribuyentes, los efectos de esos excesos: corrupción, ineficiencia, prestaciones. El pasivo laboral de Pemex, ha calculado Hacienda, representa 10% del PIB, lo cual es un crimen.
El gasolinazo, como ha dicho el economista Sergio Negrete Cárdenas, es un plan de rescate de Pemex. Es cierto que desde el punto de vista fiscal no hay muchas alternativas. La única forma de no recaudar el IEPS a los combustibles sería recortar aún más el gasto público, subir impuestos o endeudarse.
Pero eso no significa que no haya culpables: los grandes corruptos de ayer y hoy, los malos funcionarios, la nula planeación que debieron hacer quienes decían ser estadistas… y la maldita dependencia que nos generó el petróleo.
Hoy nos pasan la factura, pero la clase política –que incluye al PRI y también al resto de los partidos– no tiene siquiera la vergüenza de renunciar a sus vales de gasolina.
La pregunta, ahora, es si tras el derrumbe del pilar del sistema político que ha sido Pemex, México cambiará por fin su arcaico régimen de esencia populista y si ese cambio será suave o violento. Información Excelsior.com.mx