Por Pascal Beltrán del Rio
Pese a que está ampliamente demostrada la inutilidad de los programas sociales universales para sacar a las personas de la marginación, los gobiernos populistas insisten en ellos.
Es probable que crean que hacer lo mismo una y otra vez eventualmente produce resultados distintos y no se convierte en una definición de la locura, como reza la frase atribuida a Albert Einstein. Pero también puede ser que la explicación sea más sencilla y que tenga una lógica más perversa: buscar generar dependencia política.
Sea cual sea el propósito, el Gobierno de la Ciudad de México acaba de inaugurar otro de esos programas con motivo del inicio de clases, denominado Mi Beca para Empezar.
Se trata de una transferencia de 330 pesos mensuales por cada alumno de primaria y secundaria inscrito en escuelas públicas de la capital.
Las bases del programa dicen, de manera eufemística, que el dinero es para los alumnos, pero ésa es la primera mentira. Es para los padres o tutores del niño o joven, puesto que éstos son menores de edad y no podrían recibirlo de forma legal.
Claramente, el dinero lo recibirán los adultos. Así que si los padres tienen un hijo en la escuela, les tocará 330 pesos mensuales; si tienen dos, 660; si tienen tres, 990, y así sucesivamente.
Y ahí está lo perverso de este programa. Si uno lo divide en días, los 330 pesos mensuales se vuelven once pesos diarios, apenas lo suficiente para dos boletos del Metro. Sin embargo, para una pareja con tres hijos y que tiene un ingreso familiar de dos salarios mínimos, la beca se convierte en la sexta parte de su ingreso. Algo que, sin duda, no querrá perder y no faltará quien se lo recuerde en la próxima campaña.
El nombre del programa lo dice todo. ¿Para empezar qué? No es sólo para niños que recién comienzan a ir a la escuela, sino incluso para quienes están a punto de pasar a la prepa. La única explicación que encuentro para este nombre es que se trata de una beca para empezar una vida de dependencia respecto de este tipo de programas.
Como muestra están las transferencias de los programas de “lucha” contra la pobreza. Miles de millones de pesos de los contribuyentes –no “del gobierno”, porque éste no tiene más dinero que el que recauda– que no han servido para sacar a nadie de pobre y sólo aseguran que los hijos y los nietos de los beneficiarios sigan atorados en el mismo escalón económico.
El que Mi Beca para Empezar haya sustituido al Programa de Niñas y Niños Talento dice mucho. Pero dejemos que sea la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, la que lo explique. Según ella, este último programa, que beneficiaba a los niños que obtenían calificaciones de 9 y 10, “promovía desigualdades”.
Al parecer, Sheinbaum no sabe distinguir entre la competencia académica y la igualdad.
Los políticos populistas le tienen fobia a la competencia. No sé si es porque estarían condenados al desempleo si tuviesen que competir en méritos contra otras personas. Quizá. Lo cierto es que no les gusta reconocer que la sana competencia 1) inspira a los niños a hacer su mejor esfuerzo, 2) los saca de una zona de confort en la que no tienen incentivos para ir más allá del mínimo requerido, 3) les hace perder el miedo a dar lo mejor de sí mismos bajo condiciones de presión, 4) les enseña que no necesitan ser genios para tener éxito, sino que pueden lograrlo con base en el trabajo y 5) los prepara para el mundo que enfrentarán como adultos.
Creo que por eso no les gusta: porque la competencia forma seres humanos más pensantes y, por tanto, más libres. Información Excelsior.com.mx