Por José Cárdenas
Para Andrés Manuel López Obrador pensar distinto a él es un pecado imperdonable.
Su discurso nos divide y confronta.
De un lado, los lamebotas, súbditos incondicionales y serviles; pueblo bueno, gente honesta.
Del otro, quienes no se tragan sus “otros datos” y se atreven a criticarlo por la falta de rumbo económico, la rendición ante los delincuentes, la violencia en niveles nunca vistos, la tolerancia a la corrupción entre sus cercanos y las crisis de salud y educación.
López Obrador presume a diario su gran popularidad, como si ésta se tradujera en buenos resultados; quienes no asumen el “honor en estar con Obrador” son destazados, sin piedad, cada “mañanera” y sus despojos arrojados a la hambrienta jauría anónima en las redes sociales.
Pongo como ejemplo, cuando el martes López Obrador llegó más enojado de lo habitual a su púlpito presidencial.
Entre descalificativos como: acomodaticios, blandengues, cómplices, jabonosos, chaqueteros, zopilotes, conservadores… y desde luego fifís, el inquilino de Palacio se lanzó contra sus villanos favoritos: Calderón, Zedillo, Fox, Elba Esther y otros animales políticos que le provocan pesadillas.
Desde luego, no dejó fuera a otros clientes frecuentes de su fuego inquisidor: España, los medios de comunicación, periodistas o la Iglesia católica.
Para sembrar la semilla de la discordia, López Obrador insistió en que solo los pobres son buenos, pidió desconfiar de la prensa, de los intelectuales y de los de arriba. Se comparó con Jesucristo, se dijo víctima de fraudes y calumnias, defendió sus arrebatos, justificó las carencias culpando a sus adversarios y reiteró que cumplirá todo lo prometido, usando en todo momento su discurso viejo y oxidado, tan aplaudido por sus paleros.
Si usted se perdió este espectáculo, no se preocupe, habrá repeticiones en los siguientes días, semanas y meses. Las funciones son de lunes a viernes, a las siete de la mañana, y ya cercanas las elecciones, en una de esas, también los fines de semana. Información Radio Fórmula