martes , noviembre 26 2024
Home / Opinión / Galarza

Galarza

Por Pascal Beltrán del Río

Mi amigo y compañero Gerardo Galarza concluye hoy su labor como director editorial adjunto de Excélsior, noticia que comunico embargado por una mezcla de emociones que quiero compartir con los lectores.

Por supuesto, felicito a Gerardo porque sólo dice adiós a la ardua tarea diaria de encabezar el trabajo de edición desde su oficina, que también se convirtió en una excepcional aula de aprendizaje para decenas de colegas jóvenes con los que diariamente compartió experiencia y sabiduría.

Gerardo sabe, igual que todos sus compañeros de Excélsior, que uno no se retira nunca de este oficio por más que haya completado los trámites para disfrutar de una merecida jubilación.

Por cierto, jubilación viene de iubilare, verbo latino que quiere decir gritar de alegría. Y alegría es lo que yo siento por él, pues, como me ha dicho, disfrutará los próximos años compartiendo más tiempo de calidad con su familia y amigos.

Sé también que ahora gozará a sus anchas del placer de la lectura, ya liberado de la presión de los horarios de cierre.

Pero, como digo, no me lo imagino renunciando a la gran vocación de su vida que es el periodismo.

Y es en este aspecto en el que no puedo evitar la nostalgia. En estos días se cumplen justo 30 años que nos conocimos y comenzamos a trabajar juntos.

Yo estaba a la mitad de la carrera y comenzaba mi trayecto en este oficio, mientras que él ya era un reportero bien formado, con una década de experiencia. Nuestro jefe común tuvo la atinada idea de encargarle que yo no me extraviara en la tarea reporteril, cosa que Gerardo cumplió no sólo con profesionalismo, sino con generosidad.

Es mucha la gratitud que le tengo, pues es mucho lo que le aprendí entonces y le sigo aprendiendo ahora. Pero no sólo eso: Gerardo es la razón por la que los largos días en la redacción de Excélsior han sido no sólo ricos en experiencias periodísticas, sino gozosos gracias a su sentido del humor y su devoción por la lealtad, el compañerismo y la amistad.

Hace 12 años, cuando asumimos juntos la encomienda de encabezar el relanzamiento de Excélsior, yo sabía que el logro de esta misión estaba garantizado por el puro oficio de Gerardo. Y cuando era necesario moverme de la redacción para cumplir las distintas facetas que comprende mi cargo, siempre sabía que Gerardo mantenía la marcha en curso.

Él es un auténtico general de tierra. Por eso, en aquel febrero de 2006, mientras algunos nos concentramos en preparar el nuevo Excélsior, reclutando nuevo personal y alistando un diseño contemporáneo para volverlo competitivo, Gerardo llegó directamente a trabajar al Excélsior clásico que aún salía a la calle.

Fue el artífice de una transición generacional que no sólo permitió la supervivencia del diario, sino que lo preparó para recuperar su espacio como referente informativo de cara al centenario que celebramos hace un año.

Su ojo siempre reporteril es capaz de hallar temas donde nadie más puede o sabe. Y me refiero no sólo a su detallado conocimiento de la política mexicana. Su curiosidad e imaginación lo hace descubrir notas en el trayecto de su casa al trabajo, en las nuevas tecnologías a las que no ha sido ajeno y en las tendencias socioculturales que adopta la juventud.

Una simple charla de sobremesa basta para que su mente siempre inquieta avizore no sólo reportajes y crónicas, sino también innovadores productos editoriales. Incluso, un recurso gráfico que se le ocurrió para promover una nota en portada fue bautizado cariñosamente en la junta editorial como “galarziana”. Qué mejor homenaje a la inventiva de un profesional que hasta en esos pequeños detalles ha marcado su estilo.

Siempre me ha impresionado su prodigiosa memoria, capaz de recordar en qué entrada se dio un batazo decisivo en alguna Serie Mundial o cómo alineó Brasil en una remota Copa del Mundo o qué dato se publicó perdido, hace semanas, en el último párrafo de una nota de interiores y que hoy se vuelve noticioso.

Y sí, debo también decir que, contrario a la tendencia actual de no alzar la voz porque hiere la sensibilidad de los millennials, varias veces oí gritar a Gerardo justificadamente, cuando veía un error garrafal o cuando no se cumplieron con rigor las reglas de nuestro oficio.

Pero así como hacía oír su voz, también recordamos su consejo experimentado no sólo para las labores periodísticas, sino también para las de la vida en general. Todo compañero que le expuso algún apremio podía estar seguro de contar con él.

Por toda esta nobleza con la que nos brindó su amistad y los que considero los mejores años de su extraordinaria carrera periodística, en Excélsior lo vamos a extrañar. Demasiado. Información Excelsior.com.mx

Compartir en:

Check Also

Las Fuerzas Armadas que necesitamos

Por Pascal Beltrán del Río Cuestionado por una reportera en su conferencia matutina del viernes, …

Deja un comentario