Por Ángel Vergudo
Estoy seguro de que usted vio la primera película de la serie Mad Max; en ella aparecía un personaje que todos veían como gigante cuando, al ser exhibido por Mel Gibson, se supo la verdad: era un enano montado en los hombros de un grandulón.
¿A qué viene el recuerdo de una película que fue éxito hace una buena cantidad de años? A lo que estamos viendo en los tiempos que corren de pandemia y acciones para combatirla que quedan, en no pocos países, en simples intentonas de gobernantes enanos por verse como gigantes.
Las crisis de cualquier índole a través de los siglos han servido, entre otras cosas, para elevar a un político responsable y consciente de su función y responsabilidad al nivel de gigante, debido a su conducta decidida y valiente —además de correcta—; al mismo tiempo, a los más los desnudan para quedar como lo que son, enanos.
Estos últimos, a los ojos de la masa amorfa e ignorante, mediante la manipulación perversa, lucen cual gigantes. Sin embargo, al enfrentar la crisis con la mediocridad e incapacidad y cobardía que les son propias, se les aparece aquélla y les quita el velo que pretendía disfrazar o esconder su verdadera dimensión, la del enano.
Los países, al margen de su régimen de gobierno y grado de desarrollo, muestran en las crisis lo que en verdad son y de qué están hechos, tanto su sociedad como sus políticos (gobernantes, funcionarios, legisladores o dirigentes de sus partidos) y también, ¿cómo iban a quedar a salvo?, los sedicentes empresarios. Estos, no pueden evitarlo, se muestran con su verdadera faz; con las imperfecciones y fealdad así como su mezquindad y pequeñez, que el maquillaje de la propaganda y la cobertura falsa y temporal no alcanzan a erradicar.
Hoy, al conocer la información en tiempo real podemos darnos cuenta —fácil y rápidamente—, de qué está hecho éste o aquel gobernante; pocas luces se requieren para darse cuenta que aquél que presume ser “el no me cuentes más”, es un enano montado en los hombros de un grandulón, o el que está encaramado en un montículo formado por sus acríticos e ignorantes adoradores.
Ante las intentonas de gobernantes mediocres por parecer gigantes, no olvidemos que un enano, por más alto que fuere el grandulón donde se montaría, o por más seguidores acríticos que se amontonaren para que los pisotee y avance sobre ellos, jamás sería un gigante. Son, y siempre serán enanos; tanto en inteligencia como en su capacidad para la gobernación; de ahí su enfermiza e inútil búsqueda por querer verse como lo que no son.
Hoy, la pandemia ha levantado el velo cómplice que cubría a los mediocres y los presentaba como lo que jamás han sido, y nunca lo serán. La incapacidad de todos ellos para entender el reto que enfrentamos y qué decisiones y de qué índole deberían tomar, los ha mostrado en su pequeñez y mezquindad. En esto, la pandemia ha sido implacable; en modo alguno está dispuesta a perdonar errores y menos la cobardía de los enanos en la gobernación.
Por el contrario, ha premiado a los responsables, capaces y dispuestos a tomar las decisiones impopulares y dolorosas que la crisis exige. También, ha encumbrado a quienes desde su trinchera —diferente a la del gobernante pero cercana a la del ciudadano—, han demostrado tener más cojones y capacidad para hacer lo que se debe, no lo que les acarrearía simpatías.
Si ahora dejáremos lo general y viéremos la realidad que enfrenta México, ¿qué conclusiones sacaría, y qué opinión le merecería lo que ha visto y padecido estos últimos dos meses? ¿Qué le han parecido las decisiones tomadas por el Presidente y sus funcionarios? También, ¿qué opinión le merecen los que se han escondido, y en vez de cumplir su responsabilidad aparecen como enriquecidos compradores de cachitos de la rifa del avión?
¿Acaso ya identificó algún enano montado en los hombros de un grandulón, o a otro enano que ha pisoteado a no pocos de sus seguidores los cuales, amontonados y apachurrados lo hacen ver como un gigante?
Las crisis, de la índole que fueren, obligarían a todos —al margen de filias y fobias políticas—, a hablar con la verdad; las lisonjas interesadas no son, en modo alguno, útiles en las crisis. Hoy, lo que enfrentamos exige lo mejor de nosotros y lo mejor que tenemos es, no tengo duda, atrevernos a decir la verdad.
Por eso le pregunto a usted, ¿ya identificó a los enanos? Yo también.Información Excelsior.com.mx