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Por Víctor Beltri
Vox es un error, en sí mismo. La mera existencia de un partido retrógrada, nostálgico del peor pasado autoritario —y asociado con las expresiones más radicales de la extrema derecha— es un lastre para cualquier democracia moderna. Vox es un lastre para la democracia española y, desde hace unos días, lo es para la democracia mexicana.
Vox es un partido oportunista, cuya plataforma —y actuación en su propio país— podría compararse, para mejor comprensión, con la del movimiento que auspició a Donald Trump en los Estados Unidos. Make America Great Again, vociferaba el energúmeno mientras enjaulaba niños y promovía un discurso de odio en contra de los migrantes; “Hay que limitar o prohibir el acceso a la sanidad a la inmigración ilegal, salvo para necesidades urgentes y extremas; y aprovechar esa documentación que tienen las comunidades para ponerlas a disposición de la Policía y los cuerpos jurídicos para repatriarlos a sus países de origen”, afirmó —en el contexto de la pandemia actual— el dirigente de Vox que, lo mismo ha posado con un yelmo de conquistador para encender a sus adeptos, que ha buscado provocar a los gobiernos extranjeros desde una cuenta de Twitter que nadie en su país toma en serio.
El mismo personaje que ahora enarbola una “Carta de Madrid” con la que pretende engatusar a una supuesta iberosfera a cuyos integrantes —“sudacas”, les llama él— desprecia y, si pudiera, ya habría expulsado de su propio país. La historia de Vox es relativamente reciente y, tras la vorágine que hemos vivido en los últimos años, podría entenderse que los legisladores mexicanos que la firmaron no comprendieran el significado de su vinculación con una organización no sólo cuestionable, sino por completo indefendible. La adhesión a cualquier línea de pensamiento es responsabilidad de cada legislador en lo individual, como lo fue al firmar el documento de marras; la vinculación con una organización intolerante es, sin duda, un error inaceptable. Un error inaceptable pero, hasta cierto punto, comprensible.
Comprensible, porque la “Carta de Madrid” no es sino un señuelo que —sin embargo— responde a un problema muy real. El populismo de izquierda —o Socialismo del Siglo XXI, como ellos mismos lo han definido— ha sabido organizarse desde hace años a través del Foro de Sao Paulo, primero, y del Grupo de Puebla, en fechas recientes, y ha extendido sus tentáculos a diferentes países de la región, de manera coordinada y con objetivos concretos que han sabido cristalizar. Los cubanos prepararon a los venezolanos —y a los brasileños, después— para seguir con Bolivia, Ecuador, México —y Perú, hace unas semanas— para obtener el poder e instaurar su visión del mundo.
La oleada es indiscutible y, lo que hoy se vive en algunos países, o bien ya se vivió en otros o se está cocinando para la siguiente elección. El Socialismo del Siglo XXI está bien organizado, y continúa ganando posiciones entre el pasmo de los liberales —que no han entendido, en lo local, el problema al que se enfrentan, en lo regional— y el reciente oportunismo de una ultraderecha española —casposa y rancia— que busca lograr sus propios fines mientras aprovecha la confusión que reina en el imperio donde no se ponía el sol.
Es urgente organizarse, es cierto, y en este sentido es comprensible la adhesión desinformada a un documento oportunista. La lucha en contra del populismo regional, sin embargo, tendría que partir del conocimiento profundo sobre la evolución del fenómeno en cada país: la prosperidad de nuestras naciones —y el desarrollo de la región— no dependen de la proclama de un pelmazo, sino de la colaboración para entender y enfrentar un riesgo —y una realidad— muy ajeno al de los peninsulares. Ligarse con Vox es un error, desde cualquier perspectiva; procurar la vinculación entre fuerzas afines —en diferentes países— para librarse de estas alimañas es, sin embargo, una labor indispensable y urgente. Con Vox, sin embargo, ni a la esquina. Información Excelsior.com.mx
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