Por Ángel Verdugo
En los últimos años, espero no equivocarme, el tema que más interés ha provocado entre los estudiosos de la gobernación ha sido el del populismo y los populistas. Publicaciones diversas —libros y trabajos teóricos en revistas especializadas— así como seminarios en no pocas universidades y centros de investigación, han tratado ambos temas.
De una manera u otra, al revisar algunas de esas publicaciones, podemos llegar a una conclusión la cual, no por general, debamos desecharla; en los tiempos que corren, no fáciles por lo demás, prácticamente no hay país que se haya salvado del populismo y los gobernantes populistas, y de sus efectos negativos. En mayor o menor medida pues, en todas latitudes se han dado y dan hoy, manifestaciones de ese fantasma el cual recorre el planeta, a la búsqueda de espacios donde anidar: el populismo.
En algunos países donde, todavía ayer era impensable que esa amenaza se presentara y dominara buena parte de los espacios políticos, hoy es gobierno. Partidos venerables y venerados han sido presa fácil del populismo y si esto no bastare, esas organizaciones le han proporcionado cuadros que hoy son gobernantes o altos funcionarios.
Como contraparte de esta plaga, o de este quinto Jinete del Apocalipsis, tenemos sociedades donde, en los tiempos que corren, hay plena consciencia de los efectos negativos en todos sentidos del populismo y los populistas y, sobre todo, consciencia del daño que causan las políticas populistas.
Por otra parte, América Latina es, para decirlo pronto, uno de los espacios donde el populismo y los populistas —así como las políticas de corte totalmente populistas—, son bien conocidos y en ciertos casos, adorados hasta la veneración casi religiosa. ¿Acaso vamos a estas alturas a negar el efecto perverso y dañino de Cárdenas y Perón? ¿Y por qué dejar de lado las experiencias recientes en México de los presidentes Echeverría y López Portillo? ¿Y dónde colocamos a Chávez, los Kirchner y a Luiz Inácio Lula Da Silva?
La lista luce interminable; prácticamente cada país ha tenido sus ejemplares de políticos populistas y sus habitantes hoy, no todos, presente tienen —en su mente y en los bolsillos—, el altísimo precio que han debido pagar por los estropicios causados con las políticas populistas, que aquellos salvadores de la patria amenazada pusieron en práctica.
En los tiempos actuales, ¿hay en México consciencia del daño causado por los presidentes populistas, LEA y JLP y del desastre que dejaron? ¿Acaso ya olvidamos el precio pagado por sus locuras y sueños de grandeza? ¿Es posible que tan pronto hayamos olvidado, o estemos simplemente ante el deseo de que el gobierno, a golpe de gasto y endeudamiento masivo siga manteniendo utopías, regando a diestra y siniestra dádivas y subsidios sin lógica alguna, carentes de un objetivo positivo en favor de los miserables, de los que se debaten en la pobreza y la marginación?
¿A qué se debe que hoy los cinco candidatos estén en una competencia que parece buscar al que cause más daño al país y a la estabilidad económica, al llevarse entre las patas la poca salud que todavía es posible encontrar en nuestras débiles finanzas públicas? La campaña de los cinco parece ser pues, una carrera para seleccionar al que prometa más, y diga a los pedigüeños que la felicidad eterna llegaría si le dieren su voto.
¿Qué hacer entonces, ante esta amnesia de los cinco, y la falta de vergüenza y dignidad ciudadana de millones?
Información Excelsior.com.mx