Por Eduardo Ruiz-Healy
El martes pasado, una periodista le preguntó lo siguiente al presidente Andrés Manuel López Obrador: “¿qué es lo que usted considera que algo no ha funcionado en la sociedad mexicana para que, diferenciando la pobreza, la misoginia, algo no está resultando bien para las mujeres?”.
Esta fue parte de su respuesta: “… la falla de origen es el modelo imperante durante mucho tiempo (…) se dejaron de promover principios, valores; se quiso eclipsar todo el sistema de vida inspirado en nuestras culturas, en nuestras grandes civilizaciones, por un sistema materialista, individualista, egoísta (…) la pérdida de valores culturales, morales, espirituales, aparejada a la falta de oportunidades, al empobrecimiento, a la desigualdad (…) nos llevó a una decadencia, fue un proceso de degradación progresivo (…) entonces hizo crisis”.
En seguida, la misma reportera le preguntó: “¿O el papel que se cree que deben de tener las mujeres dentro de la sociedad?”.
A lo que AMLO contestó, entre otras cosas: “… eso se tiene en nuestras tradiciones, en nuestras costumbres, en nuestras culturas (…) hay que regresar a infundir principios, valores”.
La del martes no fue la primera vez en que el presidente asegura que los mexicanos debemos regresar al “sistema de vida inspirado en nuestras culturas, en nuestras grandes civilizaciones”, refiriéndose a las que hubo hasta 1521 en lo que hoy es México y que de alguna manera aún se manifiestan en muchas comunidades indígenas.
Cada vez que dice eso muestra que tiene una idea muy romántica de lo que fue la realidad de las mujeres en el México prehispánico y la que viven hoy las indígenas, porque la historia y la realidad nos confirman que las mujeres en nuestro país siempre han sido maltratadas, pertenezcan o no a alguno de los que ahora se denominan pueblos originarios.
Pero el pasado dista mucho de ser el que nos pinta AMLO.
La mayoría de los historiadores concuerda en que las mujeres de las distintas culturas y civilizaciones prehispánicas estaban subordinadas a los hombres y que el poder político y económico estaba en manos de estos, tal como ha sido en casi todo el mundo desde los tiempos más remotos. ¿Debemos entender entonces que, para AMLO, los problemas que enfrentan las mujeres se acabarán cuando se subordinen a los hombres y se queden en casa a cargo de las labores domésticas?
La situación de las indígenas de hoy dista también de la que él nos quiere hacer creer. Con base en la más reciente Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), realizada por el INEGI en 2016, el Instituto Nacional de las Mujeres estimó, en 2020, que “59.5% de las mujeres indígenas de 15 o más años ha experimentado algún tipo de violencia a lo largo de su vida; la violencia emocional afectó al 45.5% (…) la física al 32.6%, la sexual al 29.6% y la violencia económica o patrimonial al 25.8%”.
En los seis años transcurridos desde 2016 aumentaron la pobreza y la violencia y es muy probable que también sea mayor el porcentaje de mujeres violentadas, sean indígenas o no.
Antes de aceptar que su gobierno ha sido incapaz de detener la violencia contra las mujeres, Andrés Manuel insiste en añorar mundos idílicos que nunca existieron y en culpar a sus antecesores por la grave situación.
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Información Radio Fórmula