Por Víctor Beltri
Hoy todo cambia; hoy —ahora mismo— todo está cambiando. México despierta de un ensueño que ha durado más de quince meses, tras los tropezones de un ilusionista al que el escenario le ha quedado demasiado grande.
Demasiado grande, sin duda. Quien se asume como un estudioso de la historia, y aspiró a la Presidencia durante más de 18 años —en un periplo que lo llevó a visitar, varias veces, los rincones más recónditos del país— no ha sido capaz de ver más allá de la realidad, a ras de tierra, que ha conocido de primera mano. Una realidad mucho más compleja que el —mero— control absoluto de la agenda cotidiana, y que involucra factores externos, previsibles, que no fueron atendidos con oportunidad. Los paleros a modo distraen la atención, y dan pie a las salidas fáciles del primer mandatario: en el mundo real —el que trasciende las “benditas” redes sociales— Arabia Saudita acaba de detonar una guerra de precios sobre el petróleo, tras el diferendo que tuvo con Rusia, que afectará en el corto plazo las finanzas de la empresa paraestatal en la que ha depositado toda su esperanza la administración. El precio del petróleo va a la baja, Pemex —incluso con los precios anteriores— acaba de reportar mayores pérdidas que nunca. ¿Cuáles son los incentivos para los inversionistas internacionales?
Pocos, en realidad. Menos —aún— a la luz de las recientes denuncias sobre la devastación del manglar en el que se proyecta asentar la refinería que ahora —y desde siempre— no tiene razón de ser, cuya viabilidad técnica —o económica— no ha sido demostrada. Como es el caso del tren que no va a ninguna otra parte, más que a la devastación del patrimonio cultural —y ecológico— de los pobladores de una península que, ahora, despiertan ante un proyecto insensato.
Insensato, como los planes de salud ante una pandemia que requiere información antes que buenos deseos. El COVID-19 podría colapsar el sistema de salud en el escenario de una propagación sin controles, como la que ha afectado a los países asiáticos y a la UE. La principal crítica en EU, ante la actuación de los servicios de salud, gira en torno a la falta de preparación —e insumos— para la detección del virus: en nuestro país, con un sistema de salud debilitado, que no es capaz —como ha sido patente con la atención actual a niños con cáncer— de responder no sólo a los servicios que existían en el pasado, sino a las necesidades más primarias de la población, ¿hasta dónde llegarán las consecuencias de la crisis de salud?
Hasta la debacle del sistema financiero, quizás. La desconfianza prevalente al principio de la administración continúa hasta los días actuales: ¿quién puede confiar en el gobierno? ¿En qué parte, a final de cuentas? ¿En los reportes diarios? ¿En el Presidente, que incendia las redes contra el dolor de estómago del día, o en sus asesores, que tratan de atemperar —sin saber lo que vendrá— hasta el día siguiente? Al día siguiente, cuando lo tendrá que reportar la prensa. Una prensa que se debate entre el poder de la Presidencia y el compromiso con sus lectores, y que trata de lanzar señales que no pasen por la censura. Una prensa que no duda en interpelar al mandatario, a pesar de las amenazas —bajo registro— de los piratas de la información; una prensa que demuestra la empatía con las víctimas de la que no ha sido capaz el gobierno. Una prensa, más que nunca, necesaria. Que se enfrenta ante la disyuntiva de reportar lo que el mandatario quiere que se comunique y lo que la realidad demanda. Una prensa que, de continuar registrando el humor cotidiano del mandatario —reflejada en sus conferencias— no terminará sino por signar sus productos. Pero ya no. Hoy todo cambia; hoy —ahora mismo— todo está cambiando. México despierta de un ensueño que ha durado más de quince meses: lo prometido por el ilusionista está muy lejos de convertirse en realidad. La guerra por el petróleo continúa, y nos arrastra en su vorágine; el manglar está destruido, y la atención internacional sobre nuestro país. Los empresarios buscan nuevos horizontes, la prensa resiente ser el enemigo en turno. Las mujeres toman protagonismo, mientras que el Presidente se evade en su propio discurso y acaba de rebasar su punto de quiebre. Un punto de quiebre esperado.
El punto de quiebre de una administración que no ha tomado en cuenta ni los precios del petróleo, ni la devaluación ambiental de sus proyectos —o la opinión de sus pobladores—, o la preparación de sus sistemas ante crisis políticas, de salud o económicas. Una administración a la que no le importa nada más que lo que su Mesías sostiene como su evangelio. El gobierno responde, con soberbia, y la ciudadanía sale a las calles —indignada— en respuesta a la falta de resultados de sus autoridades. Hoy, lo podemos ver en las calles, todo ha cambiado: ¿México está feliz, feliz, feliz? Información Excelsior.com.mx