Por Yuriria Sierra
La anécdota exprés, que viene de un conocido: miércoles por la noche, un supermercado en el centro de la Ciudad de México, una familia de siete integrantes, adultos y niños, uno de ellos con varicela. ¿Una postal fuera de lugar? Desde luego. Una imagen reprobable en momentos de distanciamiento social. Los niños pudieron quedarse en casa acompañados de un adulto. Más aun el menor, ya paciente con una infección viral. Exposición al doble y en ambas direcciones.
La siguiente no es anécdota, fue noticia nacional: en un complejo turístico de lujo en Bahía de Banderas, en Nayarit, fue colocado un cerco sanitario tras la llegada de 220 personas que no dejaron pasar la Semana Santa y, a pesar de la pandemia, decidieron irse a la playa. Autoridades del estado ordenaron que nadie debía salir del conjunto habitacional, tampoco nadie podía entrar; identificaron que dos de los vacacionistas son portadores de COVID-19. Ni con esa información el resto de los visitantes aceptaron examinarse.
De vuelta a la Ciudad de México, como si fuera otra Semana Santa más. En el ercado de La Viga atendieron a compradores que fueron a surtirse para los últimos días de cuaresma. Acaso cubrebocas, pero ni señales de gel desinfectante. De la distancia social ni hablamos. Como si no hubiera riesgo alguno, como si la pandemia no existiera.
Lo mismo ocurrió en el Mercado 5 de mayo, en la capital de Puebla, y en el Mercado del Mar en Guadalajara. A pesar de los constantes llamados de las autoridades mexicanas, de todos los niveles, para reducir nuestra exposición y así contener la propagación del virus, hay quienes deciden no quedarse en casa.
Es una alarma global. Nueva York, el territorio de Estados Unidos más afectado por el coronavirus, si fuera un país, ocuparía el segundo lugar del planeta con más contagios y aun así algunos habitantes se resisten a guardarse y salen a correr y ejercitarse. Lo documentó ayer Reuters. Apenas hace una semana, el gobernador del estado en donde se ha instalado un hospital dentro de la catedral y que ve rebasadas sus morgues, ordenó el cierre de todos los parques. Los deportistas entonces se pasaron a las calles. Lo mismo ocurrió en París.
Apenas hace un par de días se publicó un estudio realizado por la Universidad Tecnológica de Eindhoven, de los Países Bajos, y KU Leuven, en Bélgica, donde se concluye que la medida de distanciamiento de 1.5 metros es efectiva sólo cuando nos encontramos quietos. Al estar en movimiento, aparece el slipstream, definida como la zona que surge detrás de nosotros y que arrastra el aire. De tal forma, y según sus pruebas y análisis, al caminar, deberíamos guardar una distancia de entre cuatro y cinco metros por delante y detrás de una persona; al correr, por la velocidad, de diez metros; al ir en bicicleta, de veinte. De esa forma, se eliminaría el riesgo de contagio ante la expulsión del mismo tipo de gotas que salen al estornudar. El COVID-19 se transmite así: “¡achú!”, explicó gráficamente el subsecretario López-Gatell.
La Secretaría de Gobernación exhortó hace un par de días a que la ciudadanía acate las medidas para contener la propagación. Los ejemplos de los primeros párrafos nos dicen que hemos fallado en nuestro país. Google hizo un análisis que nos pone como el país de Latinoamérica que menos respeta la sana distancia. Refiere que sólo tres de cada 10 se guardan en casa. Sin embargo, no es una cuestión local, la resistencia a acatar las medidas de prevención está presente en muchas localidades del mundo. Ni los números oficiales de muertos y contagios ni la cifra negra parece asustar al género humano.
Así que, mientras lo entendemos, por favor, quédese en casa. Hacerlo hará toda la diferencia. Información Excelsior.com.mx