Por Pascal Beltrán del Rio
En un tuit publicado la tarde del lunes, el secretario de Turismo, Miguel Torruco, informó que, después de reunirse ese día con Alfonso Romo, jefe de la Oficina de la Presidencia, y con el presidente, Andrés Manuel López Obrador, convinieron en que “se respetarán las fechas cívico-históricas del país”.
Es decir, que una idea que el mandatario lanzó durante su conferencia mañanera del pasado 5 de febrero va en camino de volverse realidad: acabar con los fines de semana largos, que existen desde 2006, a fin de convertir en día de descanso obligatorio la fecha exacta en que se conmemore un acontecimiento histórico para el país.
En los días que siguieron, la propuesta de López Obrador –que aún tendría que ser avalada por el Congreso, porque habría que reformar la Ley Federal del Trabajo– no consiguió mucho apoyo. De hecho, fue criticada por voceros del sector servicios, pues los fines de semana largos han sido detonadores de ingresos para el turismo nacional.
El propio Torruco admitió que él había sido uno de los impulsores de esas extensiones del fin de semana y que incluso lo había cabildeado con participantes de la industria y legisladores.
El lunes explicó en Twitter que “por instrucción presidencial” se buscaría una alternativa: “propiciar a través de nuevos ‘puentes’ la convivencia familiar y los viajes a las 134 plazas turísticas para fortalecer al turismo interno y beneficiar económicamente a la población local”.
Es una situación muy extraña. Si todos los datos dicen que los fines de semana largos han sido benéficos para la economía y ésta se encuentra actualmente en contracción, ¿por qué alguien propondría acabar con ellos?
El lunes, en su conferencia mañanera, López Obrador justificó su posición diciendo que “es más importante mantener nuestra memoria histórica que lo material”.
La cosa es que quien lo propone es el Presidente. Y, en este caso como en otros, nadie de su equipo se atreve a decirle que está en un error.
O que hay otras formas de lograr lo que el mandatario desea –“el fortalecimiento de nuestros valores– sin acabar con la única oportunidad que tienen muchas familias de tomar un descanso.
Por ejemplo, dejar los fines de semana largos en paz y promover que en las escuelas y hasta en los centros de trabajo haya ceremonias para recordar debidamente la fecha en cuestión (como, por cierto, ya sucede muchas veces).
En la entrevista que le hice ayer en Imagen Radio, el secretario Torruco dijo que hablaría con su compañero de gabinete Esteban Moctezuma para generar “puentes” que no interfieran con las conmemoraciones cívico-históricas, mediante la modificación del calendario de la SEP.
Pero eso no resuelve la desaparición de los fines de semana largos pues, aunque los alumnos tengan más días sin clases, éstos seguramente no coincidirían con los días de asueto laboral de sus padres.
Y puede ser hasta peor, pues, como saben muchos adultos, es una preocupación tener que ir a trabajar cuando un hijo no tiene escuela.
Espero equivocarme, pero presiento que si esto llega al Congreso, las bancadas oficialistas harán valer su mayoría y le darán gusto al Ejecutivo como ya han hecho en otras ocasiones.
Ser Presidente no es sinónimo de siempre tener la razón o hacer lo que se quiera.
En la mañanera del lunes, cuando los reporteros comenzaron a preguntarle sobre los feminicidios en el país, López Obrador les reprochó que le quisieran “voltear el sentido de la conferencia”, pues él deseaba dedicarla a los 2 mil millones de pesos recuperados por la Fiscalía General de la República.
Por supuesto, un Presidente tiene derecho a comunicar lo que quiera, pero, entonces, ¿para qué convocar a la prensa y llamarle conferencia?
Cuando se toman en cuenta otros puntos de vista, las decisiones se enriquecen. Nadie puede saber de todo. Quien pregunta, no se equivoca. Y si eso es válido para el hombre común, lo es también para los líderes. Información Excelsior.com.mx