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¿Iremos siempre así, sin rumbo ni timonel?

Por Ángel Verdugo

Los acontecimientos de las últimas dos o tres semanas registrados en la escena política nacional son —digámoslo claro—, para ponerse a llorar (cito el conocido lugar común); tanto el gobierno como quien lo encabeza y no pocos de sus funcionarios han exhibido, sin prudencia y discreción alguna una falta de oficio político la cual, para todo aquel interesado en el futuro del país, lo lleva a pensar que la única conclusión aceptable sería: las cosas van mal o si lo prefiere, muy mal.

Ante esta preocupante realidad, no pude menos que recordar la frase de López (no el actual) de aquel 1 de septiembre del año 1982: “¡Soy responsable del timón, pero no de la tormenta!”. La situación que se enfrentaba en esos días era, sin duda, muy complicada; sin embargo, no se equipara con lo que hoy vemos y padecemos.

En aquel momento crítico para la vida económica y política del país, ya teníamos Presidente electo; éste, hombre sensato y prudente, tenía claro lo que debía hacerse y también, las medidas impopulares y dolorosas que habría que tomar. Él y su equipo tenían una visión objetiva del final —más que evidente ya—, de un modelo de desarrollo hacia adentro que para esas fechas, como dije, no daba para más; en ese escenario, actuaron con inteligencia y decisión.

Hoy, casi 40 años después, preguntémonos: ¿Hay rumbo claro y definido, y alguien con un entendimiento cabal de la situación del país y sus causas está al timón de la nave que es México? Por desgracia, la respuesta a estas preguntas es la misma: ¡Un rotundo no! Hoy somos, lo aceptemos y entendamos o no, un barco a la deriva sin alguien al timón; el mar está picado, y las olas y fuertes vientos cada día significan una amenaza más grave que lo enfrentado el día anterior. Para decirlo en pocas palabras: la travesía podría terminar en naufragio. Es más, a pesar que seré acusado de malagüerista, diría: ¡Terminará en naufragio!

En épocas de crisis económicas y/o políticas, para los ciudadanos y la población en general de todo país —al margen de su régimen político y peso específico en el mundo—, tener al frente del gobierno a alguien que ejerza un fuerte liderazgo (no impuesto mediante el temor sino aceptado voluntariamente por el aprecio y confianza de la población en él), es determinante para enfrentar la crisis y así, reducir sus efectos negativos.

Sin embargo, las más de las veces, los gobernantes que les toca estar al frente del gobierno durante las crisis no suelen estar a la altura del reto que aquéllas plantean. Las razones son muchas, y de índole diversa; en algunos casos son la ignorancia y la incapacidad para entender la magnitud de la crisis que se les presenta y en otros, la cobardía que paraliza al gobernante y espera, por más absurda que pudiere parecer esta conducta, un milagro que lo rescataría del problema en el que se encuentra o también, una solución mágica.

En ambos casos, los daños para el país y su estabilidad política así como los causados a la economía y su crecimiento, pueden ser severos y las más de las veces, toma una buena cantidad de años regresar a la senda del crecimiento y la estabilidad perdida.

Otra situación que se presenta con frecuencia entre quienes deben gobernar en periodos de crisis, es la del gobernante renuente a tomar decisiones; prefiere ver el espectáculo desde las gradas, a la espera que alguien “saque las castañas del fuego por él”. También, busca refugiarse en minucias las cuales, son tan irrelevantes que ningún reto significan pero con ellas, pretende verse fuerte y al mando.

Otro caso, no infrecuente, es el de aquel gobernante que decide jugar el papel de inocente, y se dedica a repartir culpas a diestra y siniestra. No únicamente culpa a los que lo antecedieron sino a veces, parece estar a punto de culpar también a los que lo van a suceder. Dada la facilidad con la cual los gobernantes eluden su responsabilidad al frente de la gobernación, recurren a definir a los causantes de todos los males para, con ellos como blanco, acusarlos de ser los únicos responsables de lo malo que enfrenta el país.

De lo dicho en párrafos anteriores, la frase de López (aquél, no éste) es útil porque, en tan pocas palabras resume una forma de gobernar: la tormenta es la responsable de lo que enfrentamos, no la forma cómo el gobernante maneja el timón del barco. ¿Estaría usted de acuerdo con eso? Y aquí, ¿hay timonel? Información Excelsior.com.mx

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