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Juárez

Por Pascal Beltrán del Rio

La llegada de René Juárez Cisneros como relevo en la dirigencia nacional del PRI me evoca la figura de un interventor que es llamado a administrar un organismo en bancarrota.

En este caso no se trata de una quiebra financiera, sino de una debacle política y moral.

Después de derrumbarse el modelo de gobierno en el que actuó como partido hegemónico durante siete décadas, el PRI demostró una capacidad de sobrevivencia que, prácticamente, ningún otro partido de Estado del mundo conoció.

Mientras los partidos comunistas de Europa oriental se fragmentaban y se reducían al punto de la irrelevancia, el PRI se atrincheró en los estados y se mantuvo vivo gracias a sus gobernadores.

Uno de ellos fue Juárez Cisneros, quien tomó posesión de la gubernatura de Guerrero el 1 de abril de 1999, casi dos años después de que el PRI perdiera la mayoría en la Cámara de Diputados y un año antes de que Vicente Fox y el PAN arrebataran al tricolor la Presidencia de la República.

Es cierto que Juárez Cisneros debió entregarle el Ejecutivo estatal a Zeferino Torreblanca, un empresario postulado por el PRD, pero la labor de él y otros gobernadores permitió al PRI resistir la orfandad política durante dos sexenios y reagruparse para fraguar el regreso a Los Pinos en 2012.

Ante la inminente expulsión de la Presidencia que le espera de nueva cuenta, el PRI difícilmente podrá reeditar esa historia de sobrevivencia.

¿Por qué lo creo? Porque a diferencia del 2 de diciembre de 2000, cuando amaneció con 18 gubernaturas, el 2 de diciembre de 2018 el PRI podría tener tan pocas como doce.

Entre las 18 gubernaturas que conservó luego del triunfo de Fox, tenía varias importantes de las que hoy carece, como Chihuahua, Michoacán, Puebla, Quintana Roo, Tamaulipas y Veracruz.

De entre las siete entidades más pobladas del país, la única cuya gubernatura que tiene garantizada el priismo es la del Estado de México, que retuvo con mucha dificultad en los comicios del año pasado. Las que le siguen son Oaxaca y Guerrero.

Es cierto que muchas veces se ha cantado la muerte del PRI y ésta no ha sucedido, pero se ve muy difícil que el partido pueda subsistir ante una nueva expulsión de Los Pinos.

Y es que, además de la disminución en el número de gubernaturas, está el hecho del retorno del centralismo político.

El presidente Enrique Peña Nieto y el PRI no quisieron cometer el error de Vicente Fox de empoderar a los gobernadores y promovieron la reducción legal de sus facultades, en rubros como la educación y la salud, entre otros.

Eso dejará a los ejecutivos estatales con menos fuerza de la que tenían en el periodo 2000-2012.

¿Cuál es la perspectiva del PRI? Desde mi punto de vista, tratar de conservar el mayor poder que pueda, mantener la cabeza afuera del agua por el lapso más largo posible.

Para eso llegó Juárez Cisneros, aunque se entiende que en su primer discurso como próximo “presidente sustituto” del partido y en sus primeras entrevistas haya tenido que decir que viene a reforzar la campaña de José Antonio Meade.

La carta que le queda al PRI es negociar su futuro. ¿Con quién? Con alguna de las dos coaliciones que tienen posibilidades reales de ganar la elección presidencial que tendrá lugar en 58 días: Morena-PT-PES y PAN-PRD-MC. No hay de otra para el tricolor.

A juzgar por el ADN político del interventor, lo veo más hecho a negociar con el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador.

La salida de Enrique Ochoa Reza como presidente del PRI es la derrota del grupo político que llevó a Meade a ganar la postulación, es decir, el que dirige Luis Videgaray, caracterizado por su origen mexiquense y su apego al liberalismo económico.

El otro grupo, al que pertenece René Juárez, gira en torno de la otra gran figura del gabinete de Peña Nieto: Miguel Ángel Osorio Chong. A ese grupo podemos identificarlo con un priismo más tradicional, más cercano a las tesis de López Portillo y López Obrador que a las de De la Madrid y Salinas.

Si al relevo de Ochoa hubiera entrado otro, por ejemplo, Enrique de la Madrid —que sin duda tiene los méritos para hacerlo—, hubiera tenido que sacar la conclusión contraria. Es decir, que el interlocutor en la negociación sería Ricardo Anaya.

Pero, en estas circunstancias, al ser tan diferentes las formaciones de Juárez Cisneros y Meade, no me queda sino creer que la apuesta del presidente Peña y el PRI es que López Obrador ganará la elección.

En política los símbolos cuentan. El nuevo líder del tricolor se apellida como el personaje histórico más citado por López Obrador: Juárez. Informacion Excelsior.com.mx

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