Por Yuriria Sierra
Al ver y escuchar que en la casa de junto hay violencia, de cualquier tipo y grado, pero violencia, lo moral y éticamente correcto sería, sin duda, tocar la puerta y ofrecer ayuda a quien la sufre y señalar a quien la ejerce. En un edificio, la armonía de todos sus ocupantes depende, desde luego, de la que se vive en cada uno de sus departamentos. En un suburbio, importa lo que pasa en cada una de sus viviendas. Y si las muestras se hacen territorialmente más grandes: lo que sucede en una calle afecta a una colonia; lo que pasa en esa zona afecta a toda una alcaldía; y después al estado y finalmente al país. Y lo que ocurre en un país tiene repercusiones en toda una región, un continente. Un planeta entero. Sin embargo, éste último ejemplo parece estar exento de aquello moral y éticamente correcto, al menos en nuestro país, más ahora.
“Sí hace falta cooperación, pero con respeto a la soberanía de cada país, no deben los funcionarios de otros países opinar sobre asuntos internos que sólo corresponden a nuestro gobierno, es hasta de mal gusto hacerlo, imagínense que yo declare que está mal la estrategia que siguen en Estados Unidos porque permiten sin control la venta de armas que se introducen a México para causar la muerte de civiles. No es eso, cada país tiene su independencia…”, dijo ayer Andrés Manuel López Obrador en respuesta a los señalamientos que un día antes expresó el subsecretario de Estado adjunto para Narcóticos en EU, Richard Glenn. México tendría que compartir con su vecino del norte su estrategia para el combate al crimen organizado, aseguró. Agregó que no la conocen, lo que mina su progreso y eficacia. Y es que, después de todo, el mismo Presidente de nuestro país lo dijo, ese asunto es tema de ambos territorios: las armas llegan por nuestra frontera norte.
¿Dónde está el mal gusto? ¿Dónde la apertura para la cooperación? ¿Cómo se mejora la armonía de un edificio si se hace oídos sordos a lo que pasa en cada departamento, sólo porque se opta por el respeto a la privacidad? ¿Cómo, entonces, se puede combatir un tema tan delicado y complejo, como lo es el narcotráfico, arropados por la soberanía y la falsa moral?
Este debate ha estado presente en los últimos, al menos, 20 años. Y no sólo en México, en el mundo entero. ¿Pueden o no pueden los países juzgarse los unos a los otros cuando se están cometiendo errores, injusticias y atrocidades o cuando se está atentando contra los derechos humanos de la población? ¡Desde luego que sí! Es más, deben. Esta tendría que ser la consigna obligada cada que somos testigos de que, por ejemplo, en Chile, Venezuela, Ecuador, Nicaragua o Haití, los ciudadanos son víctimas de abusos de las autoridades, cuando son perseguidos y tratados como disidencia sólo porque exigen lo que por ley les corresponde. Servicios básicos, condiciones para el desarrollo, por decir lo menos. Desde luego que México tendría que abrirse a enriquecer su estrategia para el crimen. La misma que hace una semana quedó en manifiesto que ha sido insuficiente. De igual forma, esta administración debería escuchar lo que expertos en cada ramo tienen que decir sobre los planes y programas. De igual forma, que el Banco Mundial baje seis posiciones a nuestro país en su ranking Doing Business, no debe ser motivo de descalificación, sino de competencia, ¿de qué otra forma se incentiva desarrollo? La doctrina Estrada ya no tendría que ser excusa, acaso sólo precedente de coyunturas que nos han rebasado. Los países se necesitan los unos a los otros. Y no sólo como instituciones, sino como pueblos. Información Excelsior.com.mx