Por Víctor Beltri
Ha pasado año de gobierno, un año de contrastes. Un año de problemas y triunfos, un año en el que las imágenes del titular del Ejecutivo se suceden, día a día, en las conferencias mañaneras; en los actos públicos, en los mítines en los que se dirige, triunfal, al pueblo que lo llevó a la Presidencia de la República después de 18 años.
Un Presidente cuya imagen actual —en apariencia— dista mucho de aquella de la campaña pasada, cuando era un candidato bravucón que prometía terminar con el sistema, o cuando, ante lo que consideró una injusticia, decidió proclamarse presidente legítimo con el apoyo de la gente. El Presidente sigue siendo el mismo, y continúa luchando —con una congruencia inquebrantable— en contra de quienes considera no sólo sus adversarios sino los enemigos históricos de la causa que enarbola y que, a su juicio, son los responsables de los problemas de la nación: los problemas que diagnosticó de manera correcta, y acusó, incansable, desde su trinchera.
Andrés Manuel siempre ha sido, y será, la antítesis del sistema anterior: de ahí su empeño en destruirlo. Una antítesis extraordinaria, que ha triunfado y puesto en evidencia los fallos de la tesis prevalente, y la ha confrontado hasta reducirla a su mínima expresión: la misión estará cumplida cuando el sistema anterior desaparezca por completo. De ahí su frustración: “lo viejo no acaba de morir, y lo nuevo no acaba de nacer”, declara mientras pide más tiempo para concretar las bases de la transformación.
Una transformación que, hay que entenderlo, ha comenzado y no tiene vuelta atrás. Una transformación que, sin embargo, no habrá de concretar el Presidente de la República, sino que habrá de encontrar —todavía— el camino de la síntesis entre el sistema anterior y sus contradicciones. Una síntesis que no ha ocurrido todavía, y que habrá de surgir del diálogo entre los grupos más moderados de ambas facciones: una síntesis que la oposición, por su propia naturaleza, no es capaz de plantear.
Tesis, antítesis, síntesis. La política en México ha dejado de ser el juego de la alternancia democrática —la tesis— al que hemos estado acostumbrados, en el que había grupos que se repartían el poder entre ellos y sus diferentes partidos. Una tesis agotada por sus propios fallos y contradicciones, y que terminó siendo derrotada por su antítesis: una tesis que subsiste en una oposición repudiada por la gente, y cuya falta de propuesta sólo hace más visible la razón de ser de la antítesis. La tesis está agotada, y no hay manera de que regrese: por eso la popularidad inquebrantable, por eso el voto de confianza. La antítesis, por naturaleza, tiene que enfrentarse a su contrario: por eso el discurso maniqueo, por eso las provocaciones, por eso la polarización. Por eso las mañaneras, por eso los falsos dilemas, por eso la voluntad constante de confrontación. Por eso, también, es inútil seguirse peleando, por eso es perjudicial seguir defendiendo a ultranza cualquiera de las dos posturas: por eso no hay síntesis todavía.
Por eso, y antes de que la antítesis siga destruyendo lo que construimos entre todos, es necesario, más que nunca, volver a dialogar.Información Excelsior.com.mx