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La banda del Corolla gris

Por Pascal Beltrán del Rio

Un matrimonio mal avenido, que terminó en divorcio, destapó una historia de corrupción en Argentina que parece llegar hasta la expresidenta Cristina Kirchner.

La madrugada del 1 de agosto, elementos de la policía federal de ese país detuvieron en su domicilio, en el barrio bonaerense de Belgrano, a Roberto Baratta, exsubsecretario de Control de Gestión del Ministerio de Planificación, y número dos de Julio de Vido, titular de esa dependencia durante toda la era kirchnerista, entre 2003 y 2015.

La razón: su participación en un esquema de lavado de dinero, que fue revelado de forma involuntaria por su chofer, Oscar Centeno, un exsargento del ejército, quien documentó durante varios años el ir y venir de dinero en efectivo con el que empresarios presuntamente recompensaban los favores que les hacían Néstor y Cristina Kirchner.

En ocho cuadernos, Centeno anotó todo, meticulosamente, de su puño y letra. Por orden de Baratta, el chofer trasladaba bolsos cargados de billetes –en total, unos 56 millones de dólares en efectivo– a distintos domicilios, entre ellos la casa privada de los Kirchner en el barrio de Recoleta y la Quinta de Olivos, la residencia oficial.

Durante cuatro años, entre 2010 y 2014, Centeno usó un discreto Corolla gris para mover el dinero.

La idea de anotar todos los movimientos era más una protección contra incriminaciones que un intento de chantajear a sus superiores. Sin embargo, Centeno no tuvo oportunidad de decidir qué hacer con los cuadernos. Cuando su exesposa, Hilda Horovitz, acudió ante el juez Claudio Bonadio a denunciar las prácticas de las que Centeno había sido parte, quizá actuó por rencor contra su exmarido, pero puso en marcha un proceso de investigación que ha hecho caer en la cárcel a empresarios y exfuncionarios.

Temeroso de lo que habría revelado Horovitz, Centeno quiso poner los cuadernos a resguardo, y los llevó en una caja cerrada a un amigo suyo, el expolicía Jorge Bacigalupo. “’Guardame, esto’”, dice que le dijo Centeno. “Yo le pregunté: ‘¿Qué hay acá dentro?’ Y me dijo que eran anotaciones de él, de su trabajo en el Ministerio con Baratta”.

Bacigalupo no aguantó la curiosidad. Cuando vio de qué se trataba, puso los cuadernos en manos de Diego Cabot, periodista del diario La Nación. El medio ponderó qué hacer con ellos y decidió entregarlos al Ministerio Público. “Por una filtración así, nos podrían matar”, dijo Carlos Stornelli, fiscal de la causa, luego de revisar los textos.

Cuando Centeno fue a casa de su amigo a recuperar la caja, ya era demasiado tarde. Hoy el exchofer colabora con el fiscal Stornelli en condición de “arrepentido” (testigo protegido) y entre las cosas que ha revelado es que su convivencia con la pareja Kirchner llegó a ser tanta, que varias veces vio a Cristina deambulando por la Quinta de Olivos en pijama y sin arreglar.

Hoy, el Ministerio Público investiga qué pudo haber pasado con el dinero. Una de las líneas que persigue es que una parte salió al extranjero vía Uruguay. Otra ya fue descubierta en un fideicomiso que tiene como beneficiaria a la esposa de Baratta, en el que hay muchas propiedades.

La investigación se ha convertido en una versión argentina de la Operación Lava Jato, la pesquisa que llevó a la cárcel a decenas de políticos brasileños, situación que alcanzó, por una de las ramificaciones del caso, al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, condenado a 12 años de prisión por corrupción.

Es pronto para saber hasta dónde llegará la causa de los “cuadernos de la coima”, como se le conoce.

Por lo pronto, la lumbre ya ha comenzado a sentirse en los altos niveles del kirchnerismo. En un intento de desacreditar la información recopilada por Centeno, el exjefe de Gabinete, Aníbal Fernández, dijo que el exchofer de Baratta “habla como Monzón y escribe como García Márquez”.

Se trata, evidentemente, de un caso altamente politizado, que ha saltado a la escena política en momentos en que Cristina Kirchner, hoy senadora, busca hacerse otra vez del liderazgo del peronismo y cuando falta poco más de un año para las elecciones presidenciales en Argentina, en las que el actual mandatario, Mauricio Macri, buscará reelegirse.

Si alguna lección salta de casos como los “cuadernos de la coima” y Lava Jato, es que la corrupción se beneficia de la posibilidad de hacer pagos en efectivo que no son fácilmente rastreables.

Sin la obsesiva relatoría que hizo Centeno, la procuración de justicia quizá no tendría los elementos que hoy tiene para perseguir a los involucrados.

No siempre se corre con esa suerte. Si de verdad se quiere combatir la corrupción en Argentina, Brasil o México, la restricción de las operaciones en efectivo –que muchas veces usan fideicomisos para ocultar sus pasos– parece ser un buen camino a seguir.Información Excelsior.com.mx

 

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