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La batalla por el 2018: cuestión de estrategia

Por Víctor Beltri

La batalla por el 2018 se aproxima, y los generales preparan la estrategia, revisan los recursos y disponen a sus tropas, sin darse cuenta de que el territorio ha cambiado y los mapas conocidos ya no sirven. No sólo eso: los ejércitos están divididos, los mandos son cuestionados, el clima es ahora mucho más hostil. Las circunstancias son distintas.

La estrategia política no difiere en mucho de la militar: las victorias se obtienen de las circunstancias —fortuitas—, el entendimiento de las mismas y la capacidad de plantear estrategias que las exploten. En México las circunstancias cambiaron hace tiempo, con la llegada de las nuevas tecnologías, y el repudio generalizado a la clase política expresado desde las redes sociales: los políticos no entendieron y los partidos ahora enfrentan la mayor crisis de credibilidad de la historia de la democracia moderna. La ciudadanía llegó al hartazgo, y fue entonces cuando las circunstancias volvieron a cambiar con el terremoto. La lejanía y el abuso de las autoridades contrastan con la solidaridad y la eficiencia en las calles: el puño en alto se ha convertido en el símbolo de una sociedad organizada.

Los políticos no lo han entendido, y plantean estrategias equivocadas. Morena, entre escándalos de corrupción cada vez más cercanos al amado líder, y propuestas que representan un salto al pasado y estremecen a los inversionistas; el PRI, que trata de atomizar a la oposición confiando en la fortaleza de su voto duro, sin recordar su resquebrajamiento ante temas como el aumento a las gasolinas o el matrimonio igualitario; el Frente y su Línea Maginot, que ya provocó la primera ruptura en uno de sus integrantes y que no podrá resistir la prueba de las definiciones ideológicas mientras tenga más de un adversario. Los independientes, que sin duda tratarán de llamar la atención a través del esperpento —falta ver cuántos Lagrimitas forman parte de la lista de los 74 aprobados por el INE. La estrategia de los políticos que no han entendido el cambio de circunstancias, y que previsiblemente será una guerra de lodo con obuses cada vez mayores, en la que se nos mostrarán evidencias, un día sí y otro también, de que uno es más malo que el otro, en la que regresarán las campañas negras, las filtraciones telefónicas, los infundios viralizados. Los actos faraónicos, los gastos desmesurados, la compra de votos por hambre. Todo lo que nos ha llevado, precisamente, a que los ciudadanos hayan dejado de creer en la política.

Volver a creer en la política: ésa es la batalla real, y la sociedad espera con avidez al líder que le muestre el camino. A quien entienda que la ciudadanía debe poder confiar no sólo en la probidad de sus líderes —y de la gente que le rodea— sino en su capacidad real de llevar al país por buen rumbo, a quien tenga la experiencia sin haber perdido la candidez, a quien apueste por el futuro sin encontrar en el derrumbe del pasado una reivindicación personal. A quien crea en el servicio público como una forma digna de vivir. A quien comprenda, sobre todo, que la sociedad ha cambiado y está presta a exigirle la transparencia y rendición de cuentas indispensables para el México del futuro cuyo rol, por otro lado, tiene que terminar de definirse con dignidad en la arena internacional.

México necesita un cambio de paradigmas: la sociedad ha rebasado a los partidos y desconfía de su capacidad real para lograr el cambio necesario. La corrupción es abrumadora, la falta de equidad es evidente, el oportunismo no puede ocultarse. Es momento de estrategas reales, que entiendan el momento que vivimos y que comprendan que la batalla que se está preparando no corresponde con lo que los ejércitos habrán de enfrentar: la diferencia es tan abismal como de Vietnam a Siria. Plantear combate, en estas circunstancias, no augura sino la destrucción mutua y la erosión de las instituciones, favoreciendo a los liderazgos populistas e intransigentes que llevan décadas en la búsqueda del poder por el poder: es preciso entender que las estrategias mal planteadas sólo benefician a quien plantea como futuro de México la vuelta a un pasado que, pasados los ochenta, parecía imposible que volviera. Los gringos saben —al menos— que su anciano intolerante busca pasar la mayor parte del tiempo en su finca de descanso; el nuestro, aunque tratemos de mandarlo, no termina por irse ni por un momento.

Twitter: @vbeltri

Información Excelsior.com.mx

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