Cuando las vi, fue inevitable acordarme de la película La llegada, en la que unas extrañas naves alienígenas aparecen de pronto en las planicies de Montana.
No supe cuándo aparecieron, pero, un buen día, estaban ahí. Personalmente las he visto en el Parque Hundido y a un costado de la parroquia del Señor del Buen Despacho, en el jardín de Tlacoquemécatl, aunque me dicen que ha habido otros avistamientos.
Son unas letras enormes, en pares: una be y una jota. En ese orden. De color azul con naranja. Como el uniforme alterno de la selección de Holanda. O eso pensé cuando las vi.
Me quedé meditando qué significarían. Tal vez alguna campaña comercial de whisky y habían invertido las letras por error. Pedí la opinión de un joven hípster que se acababa de bajar del Metrobús. “No sé”, me dijo, alzando los hombros. “¿Blowjob?” Ingenuo yo, eso no se me había ocurrido.
En busca de respuestas me metí a Twitter. Mi búsqueda obtuvo respuesta inmediata: la delegación Benito Juárez había mandado colocar las letras.
Ya varios vecinos se habían quejado de ellas. Algunos habían protestado tomándose selfies frente a las bejotas, con el pulgar abajo, a la manera de los césares en el Coliseo. Otros, más radicales, las pintarrajearían con aerosol.
Claro, me dije, “BJ, Benito Juárez”. ¿Cómo no lo había pensado? Si la llegada de las letras se hubiese producido en la delegación Gustavo A. Madero, sería “GAM”; en Venustiano Carranza, “VC”; en Miguel Hidalgo, “MH”; en Álvaro Obregón, “AO”; en Magdalena Contreras, “MC”, y en Coyoacán, supongo que “CO”, para no confundirse con Cuajimalpa y Cuauhtémoc.
Tengo casi 28 años de vivir en la BJ, es decir, en la delegación Benito Juárez.
Me acuerdo bien del día que llegó la mudanza al departamento de 47 metros cuadrados que compré en Avenida Universidad porque se jugaba el partido inaugural del Mundial de Italia. Y me acuerdo, sobre todo, porque el tarro alsaciano que heredé de mi abuelo, y que sobrevivió a dos guerras mundiales y acababa yo de desempacar, se hizo añicos contra el suelo cuando golpeé la mesa por festejar el gol de François Omam-Biyik.
El caso es que desde hace casi tres décadas he sido habitante de ese territorio de 26.6 kilómetros cuadrados y nunca se me ha ocurrido decir que vivo en Benito Juárez. Mucho menos “en la BJ”. Para que no se especule, aclaro que no tengo nada contra el Benemérito, cuyo nombre, dice la leyenda, tomó el regente Octavio Sentíes en 1972 para rebautizar a la comarca que se halla entre Mixcoac y Villa de Cortés, al sur del río de la Piedad y al norte de Churubusco.
Casi todo ese tiempo he vivido en la colonia Del Valle, aunque durante un periodo me fui del otro lado de Insurgentes, a la Nochebuena.
Políticamente, la BJ vota a la derecha. Ha sido una isla panista en un mar pintado de amarillo. Supongo que no es casual que la sede nacional del partido esté, desde hace décadas, en la colonia Del Valle. Por eso, al saber que las enormes letras eran las iniciales del nombre de la delegación (próximamente alcaldía), se me develó finalmente el misterio.
No habían sido extraterrestres quienes habían dejado ahí las bejotas sino autoridades delegacionales surgidas del PAN que han de creer que los habitantes de la delegación somos débiles mentales.
Me imagino la reunión en la que se tomó la decisión de plantar las bejotas en medio de la noche: “Vamos a pintarlas de azul con naranja para mandar un mensaje subliminal y en julio la gente vote por el PAN”.
Para ser justos, la abusiva idea no es original. Todos los partidos lo hacen. Las autoridades surgidas del PRI ponen los colores de su partido en las placas de los autos; las del PRD pintan la infraestructura urbana de amarillo; las del Verde dotan a los funcionarios públicos de chalecos de ese color, etcétera.
Si lo hicieran con su propio dinero, sería otra cosa. Pero ¿a quién le pidieron su opinión para colocar esas horrendas letrotas, pagadas con recursos públicos, en lugares donde la gente sale a pasear? Son tan grandes que atrás de ellas se puede esconder un ladrón.
No estoy de acuerdo con que se les pintarrajee. El grafiti sólo deteriora el entorno urbano y, si de por sí las bejotas rompen con la historia y la estética de los sitios donde las pusieron, se ven peor vandalizadas.
Yo prefiero mandarle una atenta y respetuosa petición al jefe delegacional Christian Von Roehrich: por favor, quítelas. O póngalas al revés y cóbrele el anuncio a Diageo. Información Excelsior.com.mx