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La extraña, contradictoria, nueva normalidad

Por Jorge Fernández Menéndez

El lunes comienza la llamada nueva normalidad en medio, aún, de mucha confusión, de demasiados temas que no queda nada claro cómo se tratarán. Por lo pronto, una cosa quedó en claro: la semana comenzará con la primera gira del presidente López Obrador desde que inició la emergencia sanitaria. Ayer, en la mañanera, no dejó margen para la duda: “Ya he decidido ir”, dijo, “porque podemos quedarnos todo el tiempo inactivos, pero hay mucha gente que requiere que la economía empiece a funcionar, salir del estancamiento”. Horas antes, el subsecretario López-Gatell había asegurado que la gira “no estaba aún decidida”, que iban a hacerlo con base en los últimos datos. Una buena broma.

Lo cierto es que el Presidente iniciará su gira, dará el banderazo al inicio del Tren Maya, probablemente anuncie medidas también de reapertura del turismo y el país iniciará, así sea a trompicones, el camino a la nueva normalidad. Se entiende que el Presidente, aunque las condiciones sanitarias aún están lejos de ser las idóneas, haya decidido apostar por comenzar a reactivar la economía. Los datos son aterradores: según el Banco de México, la caída de la economía en este año puede ser de hasta el 8.8 por ciento y un millón 400 mil trabajadores perderán su empleo. En el primer trimestre del año la caída económica fue del 2.2 por ciento y es el quinto trimestre consecutivo con la economía a la baja, una caída que comenzó exactamente el mismo día que el entonces Presidente electo anunció la cancelación del aeropuerto de Texcoco. Desde entonces, la economía no ha vuelto a crecer y tampoco lo han hecho las inversiones.

En este contexto, sin duda agravado por la pandemia, recuperar la actividad económica es una exigencia ineludible. El problema es que, como no se midieron bien los tiempos y los efectos de las medidas de prevención, la emergencia no concluyó como se dijo en principio, a fines de abril, tampoco el 8 de mayo o el 18 de este mes. Se reabrirá la economía este lunes, cuando estamos en uno de los picos de la pandemia que, según un estudio de la UNAM, tendrá su punto más alto el 27 de junio próximo, o sea, dentro de un mes.

Pero la economía se tiene que reactivar y el IMSS ya autorizó al 95 por ciento de las empresas mineras, al 80 por ciento de las automotrices y al 50 por ciento de las de la construcción a reanudar actividades. Nadie se pone de acuerdo con eso de los semáforos y algunas de las normas establecidas para la nueva normalidad no dejan de ser extrañas o casi impracticables, pero ahí están y tendrán que ser, en mayor o menor medida y de acuerdo a su realismo, acatadas.

Y es que la disyuntiva en la que está el gobierno federal (y también los estatales, no nos engañemos) es compleja: se juegan la popularidad política cuando está a punto de comenzar un proceso electoral que será clave para el futuro del país y tienen que equilibrar los riesgos de abrir la economía cuando aún se presentarán más contagios, con el desafío (que tampoco es menor) de asumir esa apertura y sus costos ante la posibilidad de un colapso económico y social. Es un escenario que no se establece en blancos y negros, sino en medio de una inabarcable gama de grises.

Y es entendible. Lo que debería impedir que se presente esa disyuntiva con mayor transparencia y claridad. Creo que en Palacio Nacional la decisión es que el costo de no abrir la economía es mucho mayor que el peligro de nuevos contagios y están actuando en consonancia con ello. Pero entonces ese movimiento, para que tenga lógica y coherencia, debe ser bien explicado, de la misma forma que se deben plantear con claridad las medidas de contingencia y prevención que se pueden y deben tomar en la reapertura, con un poco más de realismo (para las empresas se plantean decenas de compromisos, como pedir que todos los trabajadores se afeiten la barba y el bigote, lo que suena tan ridículo e inviable como pedirle a los futbolistas que no se abracen cuando anoten un gol, aunque eso de no usar corbatas habría que haberlo establecido mucho tiempo atrás, por simple comodidad).

Lo que este debate y esta disyuntiva entre la salud y la economía no nos puede hacer perder de vista es que hay problemas muy graves que se arrastran desde antes de la pandemia y que deben ser resueltos, con o sin austeridad, apelando otra vez más a la sensatez y el realismo. No pueden faltar, y hace más de un año que faltan, las medicinas para los niños con cáncer. No hay que ser un genio para solucionarlo. Tampoco se entiende que una cosa es que se diga que se compraron esas medicinas y otra que estén a disposición de los médicos y pacientes.

U olvidar que en Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Chihuahua y Guerrero el crimen organizado mata mucha más gente que el covid-19. Información Excelsior.com.mx

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