Por Hugo Garciamarín
Como sucede con muchas otras cosas, el oficialismo cree que puede determinar el curso de la historia por decreto. Todos los días hay acontecimientos que quedarán enmarcados con letras de oro en la historia nacional. Un día se trata de la inauguración de la fase productiva de una refinería, al otro de una declaración del presidente y mañana puede ser cualquier mitin. Para que un acto sea histórico —y establezca un antes y un después en la vida pública de México— es suficiente con que así lo determinen López Obrador y sus comunicadores. Y cualquiera que afirme lo contrario, “no entiende que no entiende” los tiempos que vivimos.
En cierto sentido la historia es un relato. Durante el régimen revolucionario se construyó la narrativa de que se vivía una tercera gran transformación que se caracterizaba por la ampliación de derechos y por la construcción de una patria democrática. Pero es un error asumir que el régimen era puro simbolismo, cuando en realidad se trataba de un complejo entramado de relaciones sustentadas en la coerción y el consenso: el cambio de la realidad material acompañaba al relato transformador e incluso a la par del autoritarismo surgían reformas de corte democrático.
Lo mismo sucedió con el régimen de la transición a la democracia. Si bien la revisión histórica de los transitólogos construyó varios mitos, su narrativa se sostenía en elementos muy concretos. La matanza de Tlatelolco y la guerra sucia posterior son hechos innegables de un autoritarismo que había que dejar atrás. Además, aunque actualmente cuestionemos la democracia meramente procedimental, sus avances, como el nacimiento del hoy Instituto Nacional Electoral (INE), son claramente reconocibles, así como la transformación que propició en las relaciones de dominación. Y, aun así, cuando la transición tenía un hecho que tenía todos los ingredientes para ser “histórico”, terminó por ser otra oportunidad desperdiciada en nuestra historia: el triunfo de Vicente Fox, anunciado por el consejero presidente del entonces Instituto Federal Electoral (IFE), José Woldenberg.
El caso de Fox es ejemplar: lo que hoy consideramos histórico, mañana puede ser anecdótico, y un triunfo electoral sin precedentes, puede terminar en un gobierno mediocre. Nadie puede determinar el curso de la historia a priori. Afirmar que se viven “tiempos increíbles nunca antes vistos” puede ser una buena campaña comunicacional, pero, con el tiempo, la realidad se impone, tal y como sucedió hace unos días cuando las familias de los mineros atrapados le reclamaron al presidente que, para ellos, la historia de la “cuarta transformación” tiene la misma politiquería que otras que han vivido.
La historia no se construye por decreto, pero suele juzgar severamente a quienes quieren hacerlo.
Información Radio Fórmula