Por Víctor Beltri
El mensaje que —en días pasados— dirigió el presidente Peña Nieto a la nación fue, sin duda, extraordinario. Extraordinario, por el tono: nunca antes el mandatario mexicano había mostrado tanta firmeza —mind your own business, prick— ante las amenazas y vituperios del Presidente norteamericano. Extraordinario, también, por la respuesta: nunca antes, tampoco, había logrado concitar, de esta manera, el apoyo tanto de sus detractores como de la sociedad civil. Como lo dijo el mismo Peña Nieto, al cerrar su mensaje: “Hay algo que a todos, absolutamente a todos los mexicanos, nos une y nos convoca: la certeza de que nada, ni nadie, está por encima de la dignidad de México”.
El mensaje fue extraordinario, como ningún otro, pero no puede quedarse sólo en eso: el mensaje presidencial deberá de marcar un parteaguas, tanto en lo referente a la política exterior como a los asuntos internos. Un parteaguas que —en definitiva— requerirá de compromiso y consistencia: en lo externo, el nuevo tono de la relación ha quedado definido, y cualquier exabrupto del mandatario norteamericano deberá de encontrar una respuesta al menos tan contundente y enérgica como la de hace unos días.
En lo interno, el mensaje demuestra dos cosas. La primera, que existen temas que son más importantes que cualquier discusión política; la segunda, que —incluso— el gobierno federal todavía es capaz de generar acuerdos cuando enfoca la discusión, precisamente, en esos temas. Los temas en verdad relevantes, y que deberían de ser el centro de las campañas: la dignidad nacional, por supuesto, pero también otros que son, al menos, tan urgentes. El Tratado de Libre Comercio, por ejemplo: es increíble que, quienes tendrán que enfrentarse con las consecuencias de las negociaciones en curso, no estén mucho más involucrados en ellas.
O como el establecimiento del Estado de derecho, más allá de la amnistía a los delincuentes y la imposición de un código moral; la igualdad real de géneros, o la legalización de las drogas, más allá de la demagogia de una consulta pública; la consolidación de la democracia, o el fortalecimiento de las instituciones, más allá de un referendo a mano alzada cada dos años. La generación de puestos de trabajo, la protección a periodistas, el establecimiento de nuevas rutas comerciales. El transporte público, el desarrollo de las regiones menos avanzadas, la conservación del medio ambiente.
Asuntos importantes, antes que ocurrencias. Ideas de estadistas, antes que de beisboleros: la relevancia del mensaje presidencial estriba, precisamente, en que abre la posibilidad —para todos los contendientes— de cambiar la narrativa de unas campañas que han consistido, hasta el momento, en contestar las ocurrencias de un demagogo al que, en los hechos, tratan como si hubiera ganado, ya, la elección.
Una elección para la que falta tiempo —todavía—, pero que a la vez está muy cercana. Una elección que López Obrador no tiene segura, a un cargo para el que tal vez estuvo preparado hace doce años, pero para el que hoy le faltan capacidades: ante la encrucijada geopolítica actual, y la amenaza real que plantea Donald Trump, la solución de una cadena humana en la frontera no dista mucho de ser, en realidad, la versión moderna —e internacional— del plantón de Reforma. Vaya, vaya: Plantón Reloaded, desarrollo estabilizador, cierre de fronteras, derechos de las minorías sujetos a consulta pública y referendos cada dos años. Sonríe, ya ganamos.
No tiene por qué ser así. El mensaje del presidente Peña, impecable para unos, tardío para otros, lo ha demostrado: existen temas, que son más importantes que una contienda política, en los que nos podemos poner de acuerdo. Temas que rebasan la demagogia del puntero y sus soluciones absurdas: tenemos un país que se merece más que un gobierno mezquino, fruto del rencor y la ignorancia. Parafraseando al Presidente, hay algo que a todos, absolutamente a todos los mexicanos, nos une y nos convoca: la certeza de que nada, ni nadie, está por encima de la grandeza de México. Infomación Excelsior.com.mx