Por Jorge Camargo
Los mexicanos hemos dado vastas muestras de odiarnos profundamente. ¿Siempre hemos sido así? No, la razón radica en el miedo y la incertidumbre bajo los cuales hemos vivido los últimos tres años. El mundo, nuestro microcosmos, no es el mismo; hemos perdido toda referencia y hay muy poco de dónde asirnos.
La pandemia nos llevó a los umbrales de las emociones de la muerte, para los que pocas personas están preparadas; muchos perdimos familiares, amigos, seres amados; fuimos despojados de los abrazos consoladores, de las despedidas. Los dogmas religiosos, como todos los dogmas, no cobijaron, no explicaron el misterio de la vida y su cesación.
Vivimos las 24 horas atentos a cualquier respirar irregular, un síntoma, algo que revelara la presencia del mal. Días, semanas, meses y años bajo un estrés profundo.
Los mexicanos están enojados con la vida misma que trajo la pandemia. La ira es la expresión del miedo.
El que esto escribe presenció un incidente automovilístico menor. Que propició que un adulto saltara de su vehículo y golpeara con toda su ira a un adolescente. ¿Es eso representativo de lo que es México o de lo que los mexicanos llevan contenido? Muy probablemente.
Porque la pandemia no sólo es la única amenaza. Es la violencia en el país que los habitantes de la Ciudad de México no alcanzan a ver. Son los padres que despiden a sus hijas e hijos por las mañanas con miedo de que no regresen más.
Más miedo. Porque la violencia organizada ha llenado de incertidumbre a los mexicanos en todo el país. Son cientos, miles de casos, de jóvenes, adolescentes, que salen de sus casas y no regresan nunca.
Los mexicanos están indefensos. Nadie les explica por qué deben poner como víctimas a sus seres más amados ni por qué son obligados a poner ese tributo, en aras de qué o por quién. ¿Quién es el responsable?
Será acaso que los mexicanos se sientan más lejos de Dios y más cerca de un mundo gobernado por personas con ambiciones devastadoras. Los mexicanos están enojados.
Adam Sternbergh, novelista y editor en el New York Times, compiló una serie de testimonios de psicólogos, psicoanalistas y sociólogos, para un recomendable texto que intituló El año irascible.
Entrevista a Mark Epstein, un psiquiatra estadunidense reconocido por integrar la filosofía budista en su práctica terapéutica, quien concluye que 2022 provocó que nuestras personalidades cambiaran más rápido de lo habitual durante la pandemia.
“La extroversión, la apertura, la amabilidad y la meticulosidad disminuyeron en general, pero, particularmente entre los jóvenes”, explica, al subrayar que en una familia los padres ejercen la función de desintoxicar los miedos.
Cito por la importancia de su conclusión: “Sin embargo, en la pandemia pocas figuras públicas pudieron asumir ese rol de padres. Los que lo intentaron a menudo no lograron hacerse oír.
Con frecuencia figuras públicas sembraron la disidencia y avivaron la ira, y la pandemia abrió nuevas divisiones”, concluye Epstein.
El mundo vive un profundo duelo, a lo que debe sumarse, como acota Sternbergh, una invasión armada de Rusia a Ucrania que viene a sumar a la incertidumbre de las personas.
El mundo como lo conocimos no será más. La incertidumbre permanecerá hasta que los pueblos comiencen a generar las condiciones para transformarla.
La compasión para con los que sufren y la solidaridad con el dolor del otro son las únicas rutas que pueden salvarnos y darnos la certeza de que el futuro que vendrá será producto de lo que queremos.
Para sanar, debemos reconocer nuestro dolor en el de los demás, sólo así sanaremos.
Los gobiernos pasan y son nuestras elecciones las que definen lo que queremos o no seguir siendo. Lo que surge del odio por el odio caerá.
Los mexicanos tendremos un futuro luminoso, sin duda. Somos sus constructores. Información Excelsior.com.mx