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Nuestra conversación está enferma de ruido. Por todos lados se reproducen la calumnia, la infamia y las noticias falsas. Combatir a los supuestos populismos bien vale una mentira, o dos, e impulsar campañas de desprestigio. A su vez, “transformar” es un gran pretexto para mentir día con día y para espiar y desprestigiar adversarios y compañeros.
La mentira no tiene ideología y se ha convertido en una herramienta del poder político, económico y mediático. El problema de reconocer su utilidad, parafraseando a Hannah Arendt, es que pierde valor la verdad y con ello su potencial emancipador en la política. La búsqueda de la verdad —aunque nada será absolutamente cierto— es un imperativo ético para la transformación de las relaciones de dominación y para desenmascarar la arbitrariedad de los poderosos. Sin ella, comúnmente, quedan impunes los más fuertes. Si defender la verdad no forma parte del horizonte de objetivos colectivos y se le considera un estorbo para conseguir nuestros objetivos, entonces nos gobernará la insidia y la deshonra.
Y en eso estamos. En nuestros tiempos la velocidad de la información se pondera sobre la confirmación de los hechos y los argumentos razonados. Las audiencias quieren saber cosas al momento y, de ser posible, de manera sintetizada. Algunos han encontrado en esto el pretexto perfecto para divulgar falsedades, calumniar gente y propagar información sesgada, sacando mucho rédito de ello: destrozan reputaciones, abonan al cambio de preferencias electorales, difunden el pánico. Se trata de mentirosos profesionales, porque lo suyo no es difundir noticias falsas por error, sino por mala fe: es mentir a sueldo.
En días recientes hemos visto que la ultraderecha se abre paso en diferentes partes del mundo y aún cuando pierde, como en Brasil, queda con una fuerza considerable. Es entonces cuando nos preguntamos: ¿cómo es que llegamos hasta aquí? En parte, desterrando la verdad de los debates públicos y validando la falsedad como herramienta política. Los que ayer se quejaban de la mentira y la persecución, hoy la justifican en nombre de supuestas causas justas. Mientras lo hacen, legitiman una forma de hacer política en donde no importa tener la razón, sino robustecer y encolerizar a un público.
Con el paso del tiempo, eso mismo es utilizado por los grupos más ruines para detener el avance de la democracia y para suprimir las libertades. La mentira no tiene ideología, pero siempre favorece a los poderosos y afrenta a los más desprotegidos. Información Radio Fórmula