Por Víctor Beltri
En términos de comunicación política, se conoce como narrativa estratégica a la historia que —en determinadas circunstancias— cada actor desea que prevalezca, de acuerdo a sus propios intereses. En este sentido, la realidad puede ser sujeta a encuadres distintos, cuya efectividad y adopción, por parte de la opinión pública, dependerá no sólo de que la historia haga sentido, sino de que se adapte al ritmo de los acontecimientos presentes y futuros. Sólo así se marca la narrativa: sólo así se engancha a la audiencia.
La nueva temporada de la serie presidencial se avizora pletórica de emociones, tras el teaser —filmado de manera impecable, y que en postura, atuendo y actitud, emulaba al benemérito de fondo— en el que se hizo el anuncio de la aplicación, en el mes de abril, de una vacuna que todavía no existe, pero que ya es “una esperanza, es tener certidumbre, es tener confianza de que vamos a salir. Que va a terminar esta pesadilla, y que se va a lograr la salud pública, la salud de todos los mexicanos”, en palabras del titular del Ejecutivo.
Una esperanza de la que habrá de agarrarse como a un clavo ardiendo, y que le permitirá respirar mientras se acumula el número de fallecimientos que su administración no ha hecho nada para evitar, y a su vez terminar de estructurar la narrativa que —espera— le será suficiente para asegurar la mayoría en el Congreso para convocar, posteriormente, un congreso constituyente que consolide la “cuarta transformación”: ésta, sin embargo, será la siguiente temporada.
La que hoy comienza tendrá —sin duda— a la esperanza como hilo conductor. Esperanza en la salud, esperanza en el futuro, esperanza en el combate a la corrupción y los enemigos del pasado. La narrativa oficial se antoja transparente y, en el camino al 2021, el discurso se centrará en la confianza en un mandatario, cuyos logros vienen mejor a las proclamas que a los estados de resultados, y en el jugo político que éste sepa sacarle a los escándalos que tiene en el bolsillo, y que se encargará de dosificar conforme le sea conveniente.
Así, tras el anuncio de la vacuna vendrá el proceso que —de manera poco ortodoxa— sigue el antiguo director de Pemex, para mostrar el modus operandi de la corrupción de las administraciones pasadas y preparar el ambiente para un posible juicio a los expresidentes. Posteriormente, y al acercarse las elecciones norteamericanas, vendrá el que enfrenta, en EU, el titular de la Secretaría de Seguridad Pública del sexenio antepasado, y que casualmente sirve, también, a los intereses electorales del presidente estadunidense por las posibles implicaciones a su predecesor.
Algún exsecretario en diciembre, cuya espectacularidad permita sortear la falta de aguinaldos. Los gobernadores como culpables de los fallecimientos, al no respetar el semáforo; los empresarios, por las comorbilidades de sus productos. Mientras tanto, la esperanza en las primeras vacunas, que habrían de llegar en abril y que, si no lo hacen, no será responsabilidad del mandatario, que ya habrá cosechado el capital político, y transferido la culpa, a pesar de que las morgues se sigan llenando. Jugada de órdago.
Una narrativa estratégica que debería de ser comprendida, no sólo por la oposición formal sino por todos los ciudadanos inconformes con un régimen que dista mucho de ser lo que había prometido, y que no ha hecho sino fallarle a quienes depositaron su confianza —y sus resentimientos— en quien hoy ha traicionado los ideales, y las causas, que lo llevaron al poder. Hoy, México no es un país más justo, ni más progresista, ni más próspero, ni más seguro.
México es un país al que su gobierno le ha volteado la espalda, y lo deja morir a su suerte con el cuento de las camas disponibles. México es un país que responde a las ensoñaciones, y las palabras, de un solo hombre. Información Excelsior.com.mx