Por Ángel Verdugo
La elección presidencial chilena llegó a su fin hace tres días. Sebastián Piñera regresa a la presidencia de ese país y con él, tanto la racionalidad económica como la política y también, ¿por qué no decirlo?, la honradez en el manejo del poder, extraviadas las tres durante la segunda presidencia de la señora Michelle Bachelet.
La civilidad democrática ofrecida por ambos candidatos —ganador y perdedor—, junto con la que dejaron ver el ganador y la actual presidente de Chile en su llamada telefónica, son lo que deberíamos tomar como referente democrático en nuestro país donde, lo que reina es una visión cavernaria de la política.
Por si faltare algo en lo que para Chile fue una fiesta democrática, es la celebración del ya tradicional desayuno en casa del ganador a la que acude el presidente saliente. Es en esta reunión, no familiar pero sí afectuosa por la cultura democrática de los políticos chilenos, donde comienza la transición civilizada y respetuosa entre dos políticos —no de ahora sino de años—, que comparten el amor por su país.
¿Llegaremos a ver eso en México en un plazo razonable, digamos 12 o 18 años? Permítame por favor ser objetivo, más que pesimista: con la clase política que padecemos y con quienes llegan a integrarse a ella, ufanos y presumiendo una educación elitista y el rechazo abierto e inequívoco hacia los partidos políticos y sus cuadros formados y acostumbrados a una corrupción desenfrenada al amparo del poder —cuando no a la traición abierta por carecer de ideales—,
veo difícil que aquello pudiere ser realidad en dos o tres sexenios. Sin embargo, se vale soñar.
La llegada de Sebastián Piñera junto con la de Mauricio Macri en Argentina, Pedro Pablo Kuczynski en Perú, Michel Temer en Brasil, Juan Manuel Santos en Colombia (y antes Álvaro Uribe) y la de Juan Carlos Varela en Panamá, representan un impulso que posiblemente rinda frutos en unos años para, espero no equivocarme, echar de no pocos gobiernos la demagogia y el populismo que ha llevado a la ruina a Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Los seis arriba nombrados se convertirían así, de facto, en el núcleo alrededor del cual se agruparían, primero, candidatos sensatos y luego gobernantes responsables que con sus decisiones harían ver a sus gobernados el daño que representan, actual y futuro, las políticas populistas de quienes afirman tener soluciones fáciles e inmediatas a problemas complejos y graves, tanto en la economía como en la política en no pocos países de la región.
Hoy, México enfrenta una coyuntura en la cual, de no derrotar de manera contundente y definitiva a López y sus ocurrencias económicas junto con los oportunistas que a su alrededor pululan, deberemos enfrentar el asalto más grave a la estabilidad económica la cual, sin dejar de reconocer las fallas y errores evidentes ha permitido —a un precio muy alto—, empezar a transitar por la vía de la racionalidad económica.
Hoy, quienes no vivieron los años setenta y ochenta y padecieron las locuras de dos presidentes cuyos efectos aún se dejan sentir, se han entregado a López ciegamente y aceptado, sin análisis alguno, sus ocurrencias.
Por fortuna, frente a él hay dos (pre)candidatos con una visión diferente cada uno, a la aceda y caduca de aquél. De nosotros y nuestro voto razonado dependerá, estoy seguro, que López y el antepasado que vende como el mejor de los futuros sean derrotados, y enviados ambos al rancho cuyo nombre es, por decir lo menos, eufónico. Información Excelsior.com.mx