Por Ángel Verdugo
Tratemos de responder primero lo que me parece más fácil: lo que hoy vemos y padecemos es la farsa. Para la tragedia, encuentro dos opciones; una, el sexenio cardenista y la otra, la Docena Trágica de los presidentes Echeverría y López Portillo.
Si bien resulta tentadora ésta última —la Docena Trágica—, pienso que la verdadera tragedia está más atrás en el tiempo. El sexenio cardenista es, para mí, la gran tragedia del México posrevolucionario; la visión y métodos desarrollados durante el gobierno del General Cárdenas son de una perversidad y eficacia, llevada a grados de excelsitud. La visión integral del nacionalismo revolucionario cuyos elementos de soporte rebasaron —con mucho— la parte política, hablan de una visión dictatorial, suave pero efectiva, eficaz pero inadvertida.
Historia e ideología, modelo económico, expresiones artísticas, educación, partido y sectores que le daban el soporte social entre otros, marcaron los modos de hacer política en los años por venir. En algunos casos, personajes fuera de época como LEA y JLP fueron ejercicios casi de ópera bufa cuyos autores, jamás alcanzaron la estatura del General Cárdenas.
Sin embargo, el paso de los años y el desgaste natural de la actividad política, aunado a la corrupción sistémica junto con los grandes cambios en el mundo los cuales, aquí, por razones de índole diversa tardaron más de lo prudente en materializarse, fueron el ambiente fértil para que, ahora sí, la farsa en todo su esplendor tuviere lugar. La tragedia pues, para mí, fue el cardenismo y la farsa, el gobierno de López que recién ha comenzado.
Las diferencias, a veces no obvias, ahí están para el acucioso que vea más allá de la superficie. A la prudencia y mesura además de la sagacidad y colmillo político del General, se oponen los excesos del que en vez del bisturí que los tiempos y situación económica y política exigen del gobernante, empuña con desparpajo y desorden el machete sin filo que por donde pasa, deja sangre y rastros de su falta de pericia.
Al General, con ese modo zorruno de comportarse que lo hacía ver más inteligente y sagaz de lo que en realidad era, hoy se opone lo fársico del que pretendidamente simpático y chistoso, no pasa de ser un cómico de carpa de barriada, sin encanto y capacidad histriónica alguna.
Tragedia y farsa se hermanan y complementan; una, el origen, encuentra su continuidad en el espectáculo ridículo y grotesco que hoy vemos; allá, lejos en el tiempo, la habilidad zorruna y el colmillo retorcido se alzan por encima de los intentos por copiarlos del que hoy, atropella sin recato y sin respeto alguno por las formas y fondo de la política.
El de hoy, pésimo actor de reparto que lucha denodadamente por verse como el actor central de la tragedia que lo precede y a lo más, lo que logra —con grandes dificultades sea dicho—, es verse como lo que es, un mal actor de reparto; eso sí, trata de actuar —con pésimos resultados—, en lo que apenas resulta ser un sketch de carpa barata, todavía con galerías repletas de incondicionales que nada entienden de ese binomio maldito: la tragedia y la farsa que le sigue. Por otra parte, debe decirse, cada farsa deviene —por ridícula que fuere y sin proponérselo—, en tragedia o para ser precisos, en una tragicomedia.
En este México de contrastes, de gigantes en la manipulación política y la cooptación elegante de grandes grupos sociales, inevitablemente surgen los enanos que cual malos copiones, ni con zancos se acercan a la estatura de aquéllos. ¿Cuál será el destino que les espera a los tres —Echeverría, López Portillo y el López de hoy—, que intentaron e intenta todo por verse grande y por encima de todos, cuando la historia los juzgue y compare con el que pretendieron imitar?
No otro que arrumbarlos en el basurero de la historia. Triste pero merecido destino el de quienes se soñaron en las alturas, pero jamás despegaron unos centímetros en esto de la estatura política. ¿Grande?, el de la tragedia; ¿minúsculos?, los de la farsa. Información Excelsior.com.mx