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Conversar públicamente siempre ha sido importante. Su mayor logro, se dice fácil, fue el surgimiento de la modernidad occidental. ¿Qué es la ilustración? de Kant, según Foucault, es más importante por su acción que por su contenido: el filósofo alemán quiso responder la pregunta ante los ojos de todos y quería saber que lo leían y opinaban sobre sus ideas. No hay acción más moderna que el de privados que debaten entre sí ante el ojo público.
Por eso la forma en la que se elaboran los argumentos públicos es importante. Los márgenes de la esfera pública se construyen persuadiendo y elaborando ideas que ayuden a transformar tanto la realidad material como el imaginario colectivo. Quizás Marx intuyó esto —o simplemente fue un intelectual consistente con la modernidad— y por eso dedicó su vida a elaborar críticas públicas a la filosofía y a las ideas económicas y políticas del liberalismo. Marx también reflexionaba ante los ojos de todos y le dio sentido a un agravio que no había adquirido nombre, pero que estaba en el sentido de su época. El fantasma que recorría Europa, es el mismo que ha recorrido desde entonces otros rumbos: la expresión material del anhelo de una vida digna para los oprimidos.
Con el tiempo la conversación pública se ha democratizado y con ello ha cambiado drásticamente. Citando el ejemplo de un amigo, los que antes leían un comentario público y maldecían desde su sillón o en la mesa de alguna cafetería, ahora pueden hacerlo ante los ojos de todos desde su dispositivo móvil; incluso, si así lo quieren, pueden hacerlo desde el anonimato y ejercer violencia por escrito. Que cualquiera pueda opinar públicamente es muy positivo pues, como ya mencioné, la esfera pública se rige por el discurso y la participación de voces diferentes a las dominantes puede repercutir, en mayor o menor medida, en la mejora de la realidad material. Sin embargo, la ampliación del debate, lamentablemente, también ha derivado en la exaltación del insulto, de la ignorancia y de la calumnia. El argumento cada vez importa menos, el honor se desprecia y la verdad es rechazada, precisamente, por revolucionaria. La mentira reina gracias a su utilidad y a que, como diría Arendt, puede justificarse, aunque sea ilegítima.
En la Revista Presente, que dirijo, hemos ejemplificado lo anterior analizando a la extrema derecha. A lo ancho del mundo fluyen las ideas más xenófobas, machistas y discriminatorias, mediante el uso de la mentira y la descalificación del argumento ajeno para darle salida al dolor de nuestra época mediante el insulto y el performance de la rebeldía. Pero también hay otras fuerzas políticas que recurren a la misma estrategia con tal de lograr sus objetivos. Pongo un par de ejemplos de México. La UNAM ha confirmado que la ministra Yazmin Esquivel plagió. En su defensa nunca ha apelado a la razón y a la honorabilidad, por el contrario, junto al presidente y a sus voceros han preferido descalificar a quien la desenmascaró, acusándolo de servir al neoliberalismo y propagando calumnias. Se mantiene en su puesto gracias a su falta de pudor y por su cercanía con el poder.
Por otra parte, el debate público es inexistente. No hay grandes polémicas, el diálogo respetuoso es escaso y los argumentos suelen ser paupérrimos. La realidad material no importa; por el contrario, hay que negarla y repetir frases —de todo tipo y desde todos los flancos. Lo importante es crear microesferas de opinión que son autocomplacientes y que enaltecen la irreverencia ante la falta de ideas. Lo peor: esto ha sido impulsado desde un gobierno que hace mucho que renunció a persuadir y ahora se dedica exclusivamente a insultar, a exponer a los que opinan diferente y a impulsar campañas de hostigamiento en redes sociales y en diferentes medios.
En fin, la conversación pública en todo el mundo, pero particularmente en México —disculpen mi mexicanocentrismo— ha perdido seriedad, sofisticación y con ello también ha perdido su potencia transformadora. La democratización del debate se ha convertido más bien en una caja de resonancia digital en la que se hace eco de unos cuantos y en la que se excluye a muchos más.
La urgencia del presente de nuestra conversación es aportar textos y contenidos que en efecto salgan del ruido y que permitan tener una visión diferente de la política, de las artes, de las letras, de la filosofía, etcétera. Se trata de construir un espacio de discusión desde “la arrogancia” de pensar que la forma en la que se argumenta importa; de que la libertad es fundamental y de que el dogmatismo, en todas sus formas, pero todavía más en su expresión más vulgar, sólo es útil para la opresión. Información Radio Fórmula