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Larga transición

Por Pascal Beltrán del Rio

Entre el momento que se declare un Presidente electo, luego de los comicios del domingo 1 de julio, hasta el día de la toma de posesión pasarán tres largos meses.

El actual mandatario, Enrique Peña Nieto, fue declarado Presidente electo el 31 de agosto de 2012 y tomó posesión el 1 de diciembre de ese mismo año, como dispone el artículo 83 constitucional.

Si sumamos el tiempo que pasó entre la elección presidencial y la toma de posesión, estamos hablando de un periodo de transición de cinco meses, mismo lapso que transcurrirá este año entre ambos hechos.

El plazo entre la elección y la toma de posesión presidenciales fue semejante en 2000 y 2006, con un día de diferencia, pues en esas dos ocasiones los comicios se llevaron a cabo el 2 de julio.

En 1994, en un afán de acortar el periodo de transición –que fue dramático en 1988, entre el 6 de julio y el 1 de diciembre–, la elección presidencial se llevó a cabo el 21 de agosto, pero seis años después se regresó a una transición de cinco meses, en números redondos, que se fijó desde la Constitución de 1857.

En aquel texto, se estableció que la toma de posesión fuese el 1 de diciembre (artículo 78). En el año que se promulgó la Carta Magna se celebraron las elecciones presidenciales, que entonces eran indirectas, en dos rondas: 28 de junio y 13 de julio.

El ganador de los comicios, el entonces presidente interino, Ignacio Comonfort, resultó elegido por ocho mil 94 votos, contra 639 de Miguel Lerdo de Tejada, y tomó posesión de la Presidencia en la fecha estipulada por la Constitución.

Sin embargo, sólo duró 17 días en ella, por la proclamación del Plan de Tacubaya, con lo que comenzó la Guerra de los Tres Años.

El periodo de transición de cinco meses fue recogido por la Constitución de 1917, aunque varios de los lapsos que transcurrieron entre presidencias (Adolfo de la Huerta-Álvaro Obregón y Emilio Portes Gil-Pascual Ortiz Rubio, por ejemplo) fueron modificados por hechos de violencia, como los magnicidios de Venustiano Carranza y Obregón.

Este último fue elegido por primera vez como Presidente de la República el 4 de septiembre de 1920 y tomó posesión el 1 de diciembre. Portes Gil fue elegido, en comicios extraordinarios, el 17 de noviembre de 1929 y tomó posesión el 5 de febrero del año siguiente.

Sin embargo, en 1924, Plutarco Elías Calles fue elegido en julio y tomó posesión en diciembre. Lo mismo ha pasado con todos los presidentes sexenales de Lázaro Cárdenas a Enrique Peña Nieto, salvo Ernesto Zedillo, quien, como digo arriba, fue elegido en agosto y tomó posesión en diciembre.

Hace cuatro años, en la más reciente reforma electoral, se modificó el día de la toma de posesión del Presidente al 1 de octubre, pero un artículo transitorio de la Constitución le da vigencia a ese cambio a partir de 2024, año en que las elecciones presidenciales se realizarán en junio.

A causa de esa reforma, el próximo Presidente –el que se elegirá el domingo 1 de julio– no durará un sexenio en el cargo, sino 5 años y 10 meses.

Así que ésta será la última vez que haya un periodo de transición entre presidencias de cinco meses (contados de la fecha de la elección presidencial al día de la toma de posesión).

El problema es que, aun siendo el último, el de este año podría resultar problemático en caso de que los mercados reaccionen negativamente al resultado de las elecciones del 1 de julio.

¿Qué pasaría si, por ejemplo, los movimientos de capital y otras operaciones financieras tumban el valor de la moneda mexicana una vez que se den a conocer las tendencias de la elección presidencial?

No es imposible que ello ocurra. Uno de los episodios de mayor volatilidad de la moneda en años recientes ocurrió luego de las elecciones locales en el Estado de México, cuando el peso se depreció rápidamente antes de los comicios y se revaluó, también rápidamente, cuando se conoció el nombre de quien había ganado la gubernatura.

¿Quién tomaría el control de la situación en un caso así? ¿En qué voz confiarían los mercados para no actuar en pánico, en la del gobierno saliente o en el equipo del candidato ganador? ¿Hasta dónde podría intervenir el Banco de México para mantener estable el barco?

No podemos desconocer que son tiempos de mucha incertidumbre y volatilidad en la economía internacional. A eso, los mexicanos debemos agregar una elección presidencial de efectos impredecibles y un larguísimo periodo de transición que ningún otro país del mundo tiene y que, en estos tiempos, parece excesivo en todos los sentidos. Información Excelsior.com.mx

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