Por: Víctor Beltri
Cien días de vacío. Cien días de contradicciones, cien días de fatuidad, cien días en los que Donald Trump se comprometió a hacer América grandiosa de nuevo, y que han resultado en no mucho más que en el discurso inconsistente de un anciano que nunca tuvo más mérito que el de saber vender su propia imagen.
Una imagen que, como nunca, está desvirtuada. Quien propuso un contrato unilateral con el electorado norteamericano —en Gettysburg, Pennsylvania, el 22 de octubre de 2016— en el que ofrecía restablecer la honestidad y la rendición de cuentas, así como el cambio en Washington, ahora descalifica el término que él mismo planteó. Trump no ha logrado, en realidad, cumplir con ninguna de sus promesas de campaña, y el frente que presenta en la fecha simbólica de los cien días es muy distinto al que ofrecía al principio: la falta de lealtad refleja, día a día, las luchas intestinas en una administración que, además de que nunca tuvo ni pies ni cabeza, se asfixia entre las trazas de su propia corrupción, y los vínculos con el gobierno ruso que le rondan —cada vez— más de cerca.
Trump no es un político, sino una figura del espectáculo y, en tal sentido, Bannon no es un estratega, sino un productor en jefe. Un productor que supo encontrar a la estrella de su programa, posicionarlo en un nicho que le garantizara audiencia y conseguirle el mejor espacio: el modelo no funciona, sin embargo, cuando las decisiones no son sino desplantes, cuando el actor no tiene carácter ni inteligencia, cuando los guionistas no entienden al público. Cuando lo que no eran sino ocurrencias, fruto de la ignorancia y pasto para ignorantes, tratan de plantearse como acciones de gobierno. Cuando la soberbia se trastoca en amargura, cuando los números demuestran un fracaso que debe calar ante el espejo mientras se recuerda el punch line que lo hizo famoso y en el que —sin duda— piensan millones de norteamericanos cada mañana: you’re fired.
You’re fired. Estás despedido. Tu trabajo no aporta, tu labor no es la que se esperaba. Las promesas no corresponden a los hechos, los resultados son insignificantes en comparación con lo que se esperaba. A cien días de su mandato, y tras los reveses sufridos con sus primeras propuestas, el panorama es muy distinto al ofertado. La reforma al sistema de salud, el tema que podría haber librado de forma más sencilla, fue un rotundo fracaso; nuestro país ha dejado claro que jamás pagaremos por un muro absurdo, la prohibición a los países musulmanes pende de un hilo. Nada ha funcionado y, a tres meses de la administración Trump, la relevancia del productor en jefe del reality show de la Casa Blanca va en declive y, de hecho, pende de un hilo: la validez de sus hipótesis por un nuevo orden mundial depende en estos momentos, en buena medida, de los resultados de la elección en Francia.
Una elección que sirve como ejemplo palmario de la credibilidad de las instituciones políticas en el mundo entero: el hecho de que los principales partidos políticos se hayan quedado fuera de la contienda, por primera vez en más de medio siglo, en favor de candidatos que no se identificaban con las opciones tradicionales y que no tuvieron que discurrir por procesos de designación internos, es más que significativo. Las propuestas radicales, el viraje hacia la clase política tradicional, el hartazgo de la ciudadanía. Le Pen, incluso en el escenario de una derrota en segunda vuelta, deja sembrada una semilla de ruptura que marca el rumbo de los problemas que la Unión Europea debe atender, de forma urgente, si quiere sobrevivir.
El tour de la injerencia en los aliados estratégicos tiene, forzosamente, su siguiente parada en los procesos electorales en nuestro país. Procesos que están en marcha y que arrancan una nueva temporada después del periodo vacacional. Lo hemos dicho en estas páginas: sería ingenuo pensar que, quien ha tratado de influir al otro lado del Atlántico, no lo haga tras el Río Bravo donde, tras los últimos sucesos, las aguas están revueltas.
Información Excelsior.com.mx